Los miedos, la desinformación, las artimañas, el hambre: todos han sido vistos por empleados de la organización sin fines de lucro, Iniciativa Comunitaria, en este aislamiento social. Estos son sus relatos.

Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé

Un personaje nuevo se unió a la historia diaria de las personas sin hogar en la isla: el coronavirus. El gobierno instaba a aislarnos, a lavarnos las manos, a usar mascarillas y guantes, a hacer todo lo posible para mantener una distancia física prudente para alejar este virus de muy fácil contagio y del cual poco se sabe. ¿Y qué hacían ellos?

Empleados de la organización Iniciativa Comunitaria de Investigación (ICI) continuaron con sus rutas hacia zonas claves en su labor de prevención de contagio de HIV, manejo de adicciones a drogas controladas y con alta concentración de personas sin hogar por razones diversas. La diferencia era que ahora solo podías verles los ojos, ya que acudían ataviados con mascarillas, batas y guantes protectores. Atendían los reclamos de siempre y los nuevos.

Sin televisor, radio o celulares donde recibir información, aumentaba la vulnerabilidad en la pandemia de una población frágil por definición.

Alex Serrano, coordinador de comunicación de ICI, explica el panorama que enfrentan las personas sin techo que además son usuarias de drogas.

“Hay menos personas en la calle, así que hay menos formas de adquirir dinero porque no tienes a quién pedirle. Eso traerá menos posibilidad de comer -tampoco hay muchos lugares abiertos- y aumentará el deterioro físico y de higiene. El patrón de consumo de sustancias también se afecta porque tienen menos dinero para comprar, así que se enferman más o se ven obligados a consumir otras de menor calidad que también los enferma; lo ves en problemas de salud y en las ulceraciones, es como una cadena que afecta otras áreas”, dice Serrano, quien ha participado en algunas rutas de la organización.

Serrano asegura que poco a poco los participantes van entendiendo el dilema que enfrentan Puerto Rico y el mundo, y les preocupa. “Te dicen ‘la realidad es que a nosotros siempre nos han visto como un cero a la izquierda pero ahora nos sentimos peor todavía”, relata Serrano.

Víctor Reyes, educador en salud de ICI, recuerda la primera ruta tras la Orden Ejecutiva inicial de la gobernadora Wanda Vázquez para comenzar la cuarentena el domingo, 15 de marzo. “Míster, ¿tiene comida?”, le pedían los deambulantes el lunes 16 en la noche, “si no nos trae algo no llegamos al miércoles. A nosotros no nos va a matar el COVID, vamos a morir de hambre”.

“Ahí cambiamos la estrategia totalmente y añadimos los alimentos”, recuerda Reyes, quien señala que en ese inicio los participantes desconocían qué era el COVID-19 y lamentó que no se usara una “tumbacocos” -efectivas en eventos político-partidistas- para explicarles.

“Al principio te preguntaban ‘si no tenemos una casa donde mantenernos, ¿vamos a morir?’”, recuerda Reyes, “había mucho miedo porque sentían que no tenían las herramientas y no entendían lo que estaba sucediendo. Otros lo cogieron al revés y te decían ‘a nosotros no nos va a pasar ná, porque somos a prueba de balas’”.

CRECE LA LISTA

La lista de nuevas necesidades seguía creciendo: comida, educación sobre el coronavirus y artículos para evitar su contagio. Las mascarillas los hacían sentir protegidos y adecuados para acercarse a otros.

“Cuando se empezaron a flexibilizar un poco las medidas, había un poquito más de gente en la calle, pero ellos no se podían acercar a pedirles porque no tenían mascarillas y guantes. Entonces prepararon unos pedazos de palo de tres pies y lo usaban para acercar el vaso al cristal de un carro o a una persona para pedirle dinero, manteniendo distancia para no intimidarlos”, explica Reyes.

Para el educador en salud fue doloroso ver personas rompiendo en frío en la calle, con todo el dolor que provoca el proceso de dejar la droga. Otros estaban intoxicados con alcohol, aún fuera de las poblaciones que atienden, porque no sabían manejar el encierro o debido a las preocupaciones por la falta de dinero.

“Vimos extranjeros que vinieron a trabajar a la isla y durante la cuarentena no tenían nada, ni documentos ni dinero. Deambulaban en condiciones malas, aunque no eran usuarios de drogas y tenían techo, porque no tenían qué comer”, dice sobre dominicanos, venezolanos, estadounidenses y hatianos con los que conversaron.

La prostitución no se detuvo. “Míster, ¿tiene profi?”, le dicen a Reyes al solicitar anticonceptivos para una práctica que se mantiene y que es más lucrativa si ocurre en áreas limpias.

“El trabajo sexual ha subido bastante y tengo poblaciones de usuarias y deambulantes que ya no piden jeringuillas sino que les llevemos ‘todos los condones que encuentre’. Hay una población que no puede socializar en el encierro y salen con mascarillas a buscar el trabajo sexual. Lo hemos visto”, asegura el educador en salud.

Las respuestas de los participantes a las ayudas demuestran un claro agradecimiento. “Pero también hay muestras de esperanza porque las preguntas cambiaron de ‘¿nos vamos a morir?’ a ‘¿a qué hora pasan?’ para recibir alimentos o pasarse la información que les llevamos. La dinámica ha cambiado y ahora los vemos compartir”, dice.

Lo que no es usual. Reyes explica que “en tiempos normales, cada cual campea por su respeto”, pero ahora “se han visto tan desprovistos, que saben que tienen que ayudarse”.

“Hemos visto redes de apoyo, deambulantes que se han vuelto líderes de grupo; ellos paran la guagua y te dicen ‘aquí necesitamos la ayuda’ y después lo anuncian ‘muchachos salgan, organícense que la guagua se va’. Saben que hoy no hay nada seguro”.

Y que todo cambia. Antes no querían ropa limpia porque al usarla la gente les gritaba ‘¡vete a trabajar!’ cuando les pedían dinero. “Ahora se dieron cuenta de que tienen que verse acicalados para que la gente les permita acercarse. Mientras más limpios, menos miedo a que los contagien les tiene la gente”, acaba Reyes.

 

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