Colapsó el radiotelescopio y con él una era para la ciencia local e internacional. Conversamos con su director, Francisco Córdova, sobre las labores que siguen intactas, los cambios en camino y, por supuesto, el shock que todavía les queda.

Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé

La foto que nunca quisimos ver, la noticia que jamás pensamos leer se hizo realidad: el radiotelescopio de Arecibo colapsó la mañana del 1 de diciembre debido a fallas en sus cables de soporte. En agosto comenzó su lento deterioro cuando se rompió el primer cable.

Administrado por la Fundación Nacional de Ciencias (NSF, por sus siglas en inglés), nuestro radiotelescopio era uno de los más grandes del mundo gracias a su plato reflector de 1,000 pies de ancho y un domo gregoriano de 900 toneladas. Colgaba a 450 pies del suelo y su plataforma quedaba suspendida al colgar por cables desde tres torres.

La Fundación Ángel Ramos mantuvo una estrecha relación colaborativa con la organización, auspiciando su centro de visitantes y su anfiteatro. Allí se celebró la entrega del Premio Tina Hills 2016.

“Ha sido un shock emocional para todos los que llevamos tantos años trabajando por mantener y crecer esta facilidad, todavía es difícil pasar y no ver el telescopio”, acepta su director ejecutivo, el ingeniero Francisco Córdova.

“Pero sabemos también que es nuestra responsabilidad buscar la manera de seguir hacia adelante, de continuar, esa es la misma razón por la cual nosotros estamos aquí. Tenemos a todos los equipos trabajando en identificar qué tenemos que mejorar, qué otros equipos tenemos disponibles inmediatamente para cumplir con nuestra misión, pensando en el futuro, y qué cosa podríamos hacer: potencialmente un telescopio o un instrumento nuevo, qué capacidades quisiéramos, qué misiones de ciencia son las más atractivas. Dentro del shock que hemos pasado, de la tristeza y las frustraciones, también hemos logrado la manera de ver la esperanza. Siempre lo digo, este grupo de personas es increíblemente resiliente”, agrega.

Como la ciencia no pasa de moda, los propósitos de la organización siguen firmes. Córdova destaca que, entre otros aspectos, “los lidars no fueron afectados y podemos continuar operándolos, nuestro equipo óptico sigue operando -los fotómetros, los imagers-, nuestra facilidad remota en Culebra no fue impactada, tenemos una antena de 12 metros que le estamos haciendo unos pequeños arreglos para que sea un poco mejor para la ciencia específica que estamos tratando de hacer”. Esos serán, asegura, “los instrumentos principales de nosotros ahora”.

“… el Observatorio era parte de la cultura puertorriqueña y no podemos menospreciar el hecho de que se había vuelto un icono, un símbolo representativo de Puerto Rico que lo hemos perdido y es un impacto irremplazable”.

El análisis de datos continúa, ya que cuentan con “más de un petabyte” de información que no han revisado, de modo que agilizan el trabajo con técnicos de sistemas.

“Otros científicos están completando los modelos de forma de asteroides que ya hemos observado usando el radar planetario, así que tenemos bastante trabajo en términos de productividad científica delante de nosotros. Desde enero tenemos varias semanas de observación, hicimos un survey exploratorio y eso nos toma meses analizar, solo habíamos trabajado un 20% de esa data y creemos que va a haber muchos descubrimientos, así que estamos bien contentos por eso. Tenemos bastante trabajo frente a nosotros”, explica Córdova.

SIGUEN LOS PROGRAMAS EDUCATIVOS

Dilucidar cuál será la nueva misión y si se embarcarán en la reconstrucción del aparato conlleva un análisis profundo que ya comenzaron. Desde los terremotos de enero, trasladaron sus programas educativos a la vía remota, decisión que la pandemia por COVID-19 prolongó. “No queremos impactar ninguno de los programas educativos”, dice Córdova sobre el formato que continuará.

Ahora buscan cómo llegar físicamente a la comunidad. Por eso, exploran alianzas con otras organizaciones para trasladar hasta sus sedes las exposiciones del Observatorio.

Consultado sobre los esfuerzos de recogido de firmas que han generado grupos de estudiantes y científicos para exigir la reconstrucción del radiotelescopio, a su director le parecen “muy buenos”, ya que revelan “la importancia del Observatorio”.

“Creo que es importante recalcar que tenemos tantos científicos que necesitan esta facilidad para hacer su ciencia, estudiantes que han sido impactados -hoy son ingenieros o científicos gracias a experiencias aquí-, desde ese punto de vista creo que es excelente el hecho de que la comunidad esté levantando la voz, que tenemos que continuar peleando y que queremos seguir teniendo un instrumento como el Observatorio en Puerto Rico”.

Y las razones para conservarlo sobran, a juicio de Córdova.

“La ciencia siempre ha sido nuestra prioridad y la productividad científica del Observatorio es la mayor de cualquier otra facilidad o radiotelescopio en el mundo. Sirve de inspiración a futuras generaciones, aunque vengas de visita con 6 u 8 años y quizás no entiendas la física aquí, es un lugar inspiracional y eso es una de las cosas que hemos perdido. Además, el Observatorio era parte de la cultura puertorriqueña y no podemos menospreciar el hecho de que se había vuelto un icono, un símbolo representativo de Puerto Rico que lo hemos perdido y es un impacto irremplazable”, dice el director quien, de paso, agradeció el apoyo de organizaciones y fundaciones aliadas.

¿Puede ser mejor el futuro del Observatorio? “Seguro que sí, quedan datos por analizar, ideas generadas a través de la comunidad científica que podrían crear algo igual o más especial. Habrá Observatorio de Arecibo para rato”, acaba confiado.

Web Analytics