Por Mari Mari Narváez
Gloria atiende la oficina, responde preguntas, hace chistes con los voluntarios y empleados, organiza una mesa, cuenta exhaustivamente la historia del barrio, firma papeles, contesta el teléfono, todo a la vez. Y todo lo hace con una alegría que abre paso y contagia según esta mujer se desplaza por el plantel de la Asociación Pro Juventud y Comunidad de Barrio Palmas.
Parece que estuviera haciendo lo que más felicidad puede provocarle en la vida. Como si hubiese llegado a su lugar en el mundo.
Desde sus inicios en 1984, Gloria Maldonado ha estado vinculada a la Asociación Pro Juventud y Comunidad de Barrio Palmas, de la que es directora ejecutiva. El año pasado envió la propuesta para competir por el Premio Tina Hills, el más esperado en el mundo de la filantropía puertorriqueña.
“Estaba en una reunión y me llamaron porque tenía una llamada importante de la Fundación Ángel Ramos”, nos contó durante una entrevista en las instalaciones de la Asociación. “Yo me pregunté: ‘¿Qué será? ¿Tendrán duda?’ Cogí el teléfono y digo ‘Ay, ¿hay un problema con la propuesta?’ Y es el Licenciado (Rafael Cortés Dapena, presidente de la Junta de Directores de FAR) y me dice: ‘No. ¿Cómo está usted? Le tengo que decir que han sido los ganadores del premio…’”.
A Gloria por poco le da un infarto de la alegría y la incredulidad.
“Yo la había hecho muchos años pero este año es cuando más falta nos hacía porque hay muchos fondos que se nos deben”.
Por esos días, ya el contable la había llamado para preguntarle qué pensaba hacer con la crisis económica en que se encontraba la Asociación. Ella, para consolarlo temporeramente, le dijo que había un depósito de mil dólares pendiente y él se echó a reír y le cuestionó qué pensaba hacer con mil dólares, si las deudas ascendían a mucho más.
“Y yo siempre pensando ‘algo tiene que pasar’”.
Así que el Premio Tina Hills llega en buen momento. Con ese dinero quieren fortalecer la autosuficiencia de dos de sus proyectos: una línea de café que tienen para la venta y el huerto casero que están cultivando para beneficio de los programas de alimentación y para venderlos a la comunidad.
“Desde el comienzo siempre hemos estado en la línea de ser autosustentables, no queremos depender solo de propuestas. Fortalecer la economía de la comunidad es importante”.
“Sueñen en grande”
Hoy día la Asociación Pro Juventud contiene unos 8 proyectos integrales de base social que ofrecen servicios a niños, niñas, jóvenes, adultos y ancianos de las comunidades alrededor del Barrio Palmer de Cataño. ¿Pero cómo nació la Asociación, allá para 1984?
El Padre Demetrio Coello había llegado a las comunidades contiguas al Barrio con un proyecto de evangelización. “Con él nos dimos cuenta de que ser católico conllevaba algo más que ir los domingos a la iglesia”, rememora Gloria.
Ya existía una preocupación por la comunidad, las escuelas, los marginados, el punto de droga en la Cucharilla. Ante la convocatoria del Padre, se reunieron 65 personas para hacer algo al respecto.
Sylvia Henríquez, una destacada organizadora comunitaria, los reunió y los mandó a cerrar los ojos: “Piensen qué ustedes harían con cien mil dólares para hacer algo por la comunidad. Sueñen en grande”.
Doña Nana, una señora de la comunidad, dijo que ella haría un comedor para que los viejitos, viudos y viudas se sentaran a hablar de las cosas de antes. Un maestro sugirió que se dieran tutorías. Otra señora, que reunieran a jóvenes para bordar piezas y venderlas.
“De ahí surgen todo un montón de ideas y el deseo de formarnos”, cuenta Gloria. “Nos dijeron que podíamos hacer todas esas cosas sin dinero. Y entonces empezamos a trabajar con ese sueño. Ese sueño fue muy abarcador porque desde el principio decidimos que íbamos a trabajar con los jóvenes y los viejos”.
De esa reunión, ella salió “embollá”. Hizo un cuestionario sobre los ancianos que necesitaban comida y estaban maltratados, y surgieron más de veinticinco personas. “¿Y ahora qué hacemos?”, se preguntó. “Porque nos están diciendo que soñemos. Y ahí empezamos”.
Primero empezaron con la juventud. Pero pronto se dieron cuenta de que, si querían realmente ayudar al joven, no podían dejar fuera al resto de la familia.
“Una cosa que hacemos y que nos critican, es que no podemos dedicarnos al mínimo solamente sin mirar lo que está pasando alrededor. Hay que trabajar con todos. Empezamos fuerte con las tutorías y los adultos. Cuando la gente vio que llevábamos más de un año trabajando con los envejecientes también, se dieron cuenta de que este “embeleco” realmente estaba funcionando, que era en serio”. Con el tiempo, se fue fortaleciendo.
“Tenemos derecho a prosperar”
Con tantos años viviendo en el barrio y dedicándolos a la Asociación, ya tiene una perspectiva histórica y panorámica sobre la evolución de ésta junto a la comunidad.
“Aquí hay narcotráfico. Como hay en todo el país. Pero cuando nosotros comenzamos, aquí en la calle Cucharilla habían más de trece puntos, desde allá hasta acá. Se vendía como pan caliente la droga. Era en el tiempo de Johnny Cucharilla y en aquel momento la deserción escolar era de elemental, de primer grado. Los niños no iban a la escuela de primer grado, porque salían y los invitaban al punto y, como eso es tan lucrativo, dejaban de ir a la escuela. Muchas personas, los envejecientes, estaban bien maltratados porque como había una situación de droga tan grande, las viejitas y los viejitos perdían su dinero. Eran unas situaciones bien difíciles, las cuales han menguado. Por lo menos identificados aquí podemos decir que quizás hay dos espacios donde todavía se mueve la droga y que estamos también pendientes de tratar de que esos jóvenes salgan. Siempre hemos estado en esa lucha”.
Cómo lidia con los del punto, le preguntamos.
“Siempre hay que negociar con los del punto. Son espacios compartidos. Siempre tratamos de que el joven que está ahí, tratar de darle la oportunidad de las alternativas que hay para él poder salir de esa situación. Si veo que hay un joven que se está acercando mucho pues tratar de atraerlo y que se salga de ese ambiente. Pero lamentablemente eso es lucrativo”.
Por esa misma razón es que el concepto de la auto-sustentabilidad siempre está muy presente en los proyectos de la Asociación: buscar alternativas para que la gente gane su dinero. Los facilitadores comunitarios reciben un estipendio que “por lo menos les dé para comprar sus cosas personales sin tener que recurrir a lo más fácil”.
Pero la realidad es compleja.
“A veces las familias no quieren que el joven vuelva a la Asociación porque aquí le exigen mucho. Prefieren que se quede en la casa viendo televisión. Pero tenemos casos de padres que sí nos han respaldado y muchachos que se pensaba que iban a ser adictos y son profesionales ahora. Eso es parte del orgullo que uno siente y lo que nos motiva a seguir trabajando. El otro día se me acercó una muchacha de 20 años a saludar y me dijo lo mucho que disfrutó de los campamentos, que nunca se iba a olvidar de las experiencias. Este testimonio es el que le da a uno las fuerzas y el ánimo a seguir adelante”.
Tal vez el secreto de la supervivencia de este proyecto es que absolutamente todos los días, la gente de la Asociación puede ver los frutos del trabajo en comunidad, de los años dedicados a aquello que al principio parecía “un embeleco”.
“Yo he visto el cambio de la comunidad. La gente se expresa y se proyecta de una manera diferente. Tenemos derecho a prosperar. Somos de barrio y se piensa que en Cataño la gente es mala y lo que hacen es robar y eso es lo que queremos cambiar. Somos gente importante, somos gente buena, somos gente talentosa. Aquí hay mucho potencial”.