Conversamos con participantes de la Corporación Milagros del Amor sobre la posibilidad de dejar atrás antiguos estilos para mejorar su calidad de vida.
Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé
Imagina que no entiendas a nadie y vivas en un mundo de silencio. Ese era el día a día de Edwin Hernández, quien con más de 60 años vivía en la calle sin poder escuchar, sin leer, escribir o conocer el lenguaje de señas.
Gracias a un referido, el participante sordo fue contactado por la Corporación Milagros del Amor quien lo ha ayudado en varios aspectos de su vida. Contactaron a Luis Zayas, intérprete con vasta experiencia en la gestualidad de la comunidad sorda, para que entablara un proceso de comunicación con el participante. Se le consiguió un hogar, disfruta de los servicios de sicólogo y trabajador social y su manejadora de casos, Katicia López, comenzó a tomar clases de lenguaje de señas junto a él para poder establecer un mejor vínculo.
“Para mí ha sido un reto, no niego que a principio tenía un poquito de miedo por la comunicación, pero después que fui a las clases con él, me fui interesando mucho más y la comunicación con él es efectiva conmigo. Me ha funcionado el lenguaje de señas y me encanta poder ayudarlo”, cuenta López.
Agrega que Hernández sabe cocinar “bastante” y se le ha dificultado manejar términos de relaciones familiares. “Le enseño imágenes, es muy inteligente. Para la edad que tiene capta muy rápido. Tengo muchas cosas positivas y buenas para él”, anticipa su manejadora de casos.
Durante la entrevista con Oenegé, Hernández está acompañado por su intérprete Luis. Señala que “todo mi entorno ha sido diferente, todo a mi alrededor ha cambiado”. “Y con las señas he ido aprendiendo a poder comunicarme, a ir hablando y estar mucho mejor, estar más tranquilo. Yo soy sordo y he aprendido señas de comida, de ayuda, de mi vida”, agrega. “Yo estoy feliz, me siento bien, como si estuviera de vacaciones, libre”, dice agitando los brazos.
“Él tiene mucho deseo de progresar, ha aprendido rápido y la manejadora de casos también. Se han dado cosas muy lindas con él, lo vemos contento, tiene un hogar -diferente a las condiciones que estaba-, la casa está bonita, recogida, limpia y seguimos trabajando. Ha recibido servicios de MAVI, (Movimiento de Vida Independiente) así que ha sido bueno”, señala Gladys Rodríguez, directora ejecutiva de Milagros del Amor.
CARMEN QUIERE CAMBIAR
En Espacio de mujer, un área en la organización destinada a que mujeres sin hogar se aseen, conversamos con Carmen (nombre ficticio), participante que hace solo dos meses acudió en busca de un lugar para bañarse. Al día siguiente regresó, decidida a aceptar ayuda para manejar su adicción a drogas, la vida en las calles y retomar la relación con sus hijos.
“He estado en las calles por más de 20 años deambulando por pueblos, en edificio vacíos, en ‘shootings’ (hospitalillos). Llegué un día a Caguas y me metí a un caserío y me quedé en uno de los ‘shootings’”, recuerda.
Una joven de la organización Sanos le recomendó que acudiera a Milagros del Amor en busca de ayuda. “Dije, ‘voy a aprovechar esta oportunidad que Dios me está dando’”, recuerda.
Cuatro fallecimientos de personas cercanas el año pasado la desestabilizaron. Antes de eso, una infancia marcada por el abuso físico y sexual suele perseguirla, aunque asegura que se formó como contable y llegó a trabajar en instituciones bancarias, en supermercados, en centros de envejecientes, como ayudante de maestra y es bilingüe. “Y mírame aquí, la gente no sabe”, dice la mujer de 50 años.
Tiene cuatro hijos “bellos y preciosos” entre las edades de 34, 30, 27 y 26 años, que se han mantenido lejos de las drogas, y diez nietos “maravillosos”. Con dos de sus hijos mantiene comunicación diaria porque “los necesito al lado mío” y tiene como meta superarse para ayudar a su hija menor.
“A mí me gusta hacer de todo, cocinar, estar activa ayudando a la gente”, cuenta Carmen. “Una vez me metí en una casa y la arreglé poquito a poco y yo cocinaba para los deambulantes -y yo era deambulante- pero no dejaba a nadie sin comer. Debido a las circunstancias me fui. Hago de todo, aunque sea trabajo de hombre, aunque sea ligar cemento, pero sobre todo ayudar a la gente; será porque he ‘pasao’ por lo mismo, yo dejo de ser mía para ser de los demás. Soy adicta, he sabido quitarme mi pan para dárselo a otro y no me importa, he tenido dinero para mi cura y he sabido dárselo a otro que lo necesita más que yo y lo hago sin dolor. Llevo sufriendo desde pequeña, pero Dios me dio este corazón. Si estoy bien me gustaría ayudar a la gente de la calle. Algún día me voy a pegar para comprar un terreno bien grande, hacer un edificio bien grandote y llevármelos para allá y darle la ayuda que necesitan”.
Eso sí, Carmen tiene otra cualidad que la ha mantenido a flote. “Lo bueno mío es que yo tengo mucha fuerza de voluntad, yo me caigo y me he sabido levantar”, dice la mujer que fue ubicada en el Hogar El Camino porque “ya estoy cansá de la calle, de tanto golpe y maltrato y ya dije ‘basta’”.
“A personas como Carmen hay que darle mucho apoyo y seguimiento para que tengan todos los servicios tanto de sicólogo como de manejadora de casos que necesita”, explica Raquel del Rosario Rodríguez, su manejadora de casos.
“Que sientan que no están solos, monitorearlos, llamarlos, motivarlos, verificar cómo se sienten y, si uno identifica algo, referirlo. Ella llegó porque quería bañarse, le explicamos los servicios y se fue contenta. Regresó al día siguiente y la ubicamos. Aquí hay empatía no hay rechazo, ella ve que no la juzgamos y eso es bien importante porque la tratamos con dignidad, como todo ser humano debe ser tratado”, agrega del Rosario quien insiste en que uno debe tratar a los demás “como te gustaría que te traten a ti”.
Afirma también que a Carmen “le veo muchas posibilidades porque está preparada”. “Y ella tiene algo: se cae y se levanta, mucha fuerza voluntad y eso es imprescindible para muchas cosas en la vida”, culmina.
Que no se agote la empatía en Milagros del Amor.
Fotos / Javier del Valle