En una zona apartada de la Hacienda La Esperanza en Manatí, abejas obreras, nodrizas, zánganos y reinas laboran en las condiciones ideales que le procuran Willy y Stephanie de Para la Naturaleza, organización custodia de la reserva. 

Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé


En el laboratorio verás vitrinas repletas de abejas laboriosas. Foto / Javier del Valle

Ni un chispito tienes que saber sobre el universo de las abejas para disfrutar del trabajo que se realiza en el Apiario de Hacienda La Esperanza, adscrito a la organización Para La Naturaleza. En un apartado espacio dentro de las 2,400 cuerdas que posee la Reserva Natural Hacienda La Esperanza, las abejas viven a su ritmo y en su ambiente óptimo con el esmerado cuidado que desde el primer día le brindan William Burgos Domínguez y Stephanie Camacho Bonaparte, quienes comenzaron en la organización en el programa voluntario de “Ciudadano Científico”.

“Aparte de hacer la polinización del territorio y de que tengamos abejas en el área, uno de los principales objetivos del apiario es generar la mayor cantidad de abejas reinas nativas -acostumbradas a nuestro clima y flora- para distribuirlas entre apicultores del país y que no tengan que traerlas del exterior con contaminantes”, explica Burgos mientras maneja una guagua en dirección al apiario establecido en el 2017.


Stephanie Camacho Bonaparte y William Burgos Domínguez. Foto / Javier del Valle

La polinización es una parte fundamental en los esfuerzos de reforestación que realiza Para la Naturaleza en la isla y el apiario se suma a ellos.

 

 

“Reforestamos las áreas circundantes al apiario. En vez de pasto nada más hemos ido sembrando más de 10 mil árboles: ceibas, palmas maga, retama, roble, jagüey, cupey, palma sabar. Empezamos de cero; no todos los árboles florecen todo el tiempo, la idea es que las abejas tengan comida todo el año, que tengan variedad”, añade Burgos.

La mañana calentaba y el cielo lucía brillante y despejado cuando comenzamos a vestirnos con el uniforme protector requerido para acercarnos a las colmenas de abejas. Usarás un mameluco grueso con elástico en las extremidades para evitar el ingreso de abejas, un sombrero con velo y malla, para proteger cabeza y cuello, así como guantes. Debes calzar zapatos cerrados. Pensarás que pareces un astronauta en ruta a la luna, pero luego agradecerás contar con ese escudo.

“Es como una urbanización, pero de abejas. Son 24 cajas y cada caja, si están llenas, podrían tener sobre 100,000 abejas”.

Luego verás un área poblada por 24 casitas blancas cuyas entradas están abarrotadas, en algunos casos, por abejas. Se trata de colmenas y las hay de distintos tamaños. En su interior transcurre la ordenada y laboriosa vida de las abejas. Un diagrama en el exterior del lugar te permite entender la acción dentro de la colmena; esas casitas tienen varias cámaras de cría con múltiples bastidores donde los huevitos se desarrollan, mientras que las abejas nodrizas, zánganos, obreras y abejas reinas aseguran que el ciclo de vida y producción de cera y miel no se detenga.

“Es como una urbanización, pero de abejas. Son 24 cajas y cada caja, si están llenas, podrían tener sobre 100,000 abejas”, detalla Burgos.

EL LABORATORIO


Entrada a la zona de colmenas en el apiario rodeada del seto vivo. Foto / Javier del Valle

Las colmenas están protegidas de la dirección del viento por un seto vivo integrado por más árboles como mangle botón, icaco y tintillo, que además ofrece resguardo adicional a los visitantes. En la zona se ubican algunas trampas para abejas perdidas. Más arriba hay un espacio de madera cerrado, llamado el laboratorio, y en su interior puedes ver a través de vitrinas la acción dentro de la colmena. Los guías te explican la labor de cada tipo de abeja.

Las colmenas están repletas de hexágonos formados con la cera que las abejas producen y en ellos ocurre el milagro de la vida: se alimentan, ponen huevos, los cuidan. Resulta emocionante presenciar el orden y la eficiencia en la colmena, así como ver la espesa miel que genera. Prepárate además para ver desde la ventana del laboratorio una de las vistas más bonitas de la Hacienda La Esperanza.


Colmenas repletas de bastidores, cámaras de crías y abejas. Foto / Javier del Valle

Antes de que te lo preguntes, te cuento que no nos picó ninguna abeja durante la visita. ¿Qué provoca esa reacción a la que Burgos y Camacho están muy acostumbrados? Hay una regla de oro: “si no las molestas, no te pican”. Molestarlas incluye ruidos fuertes, percepción de peligro o que te ubiques frente a la piquera, la entrada a la colmena. Solo pican las abejas obreras y las reinas, los machos no.

Las personas caminan por la hacienda o corren bicicleta con libertad. La señalización les advierte la presencia de abejas en los alrededores del apiario; por supuesto, ni te asomes al área si eres alérgico a ellas. 


Así luce el interior de una colmena. Foto / Javier del Valle

El apiario continúa preparándose para recibir visitas del público general. Por el momento, recaban la ayuda de voluntarios. 

“Estoy trabajando con voluntarios líderes de otros proyectos que se han interesado en la apicultura y con estudiantes del programa “Be a bee”, de Saint John’s School. Una de las tareas es revisar las colmenas, la miel, el polen, así como las reinas, y todas las necesidades que vamos apuntando en un registro. También, trabajamos en el mantenimiento de las áreas verdes alrededor del apiario y en la limpieza de materiales y trampas. Lo importante es que tengan compromiso”, afirma Camacho, quien junto a su colega vive cómoda entre abejas.

Si te interesa unirte como voluntario al apiario, comunícate como Stephanie Camacho Bonaparte llamando al 787-722-5834, extensión 261, o escríbele a Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo..


Hacienda La Esperanza, Manatí

-En el Siglo XIX fue una hacienda azucarera.

-Su dueño fue José Ramón Fernández y Martínez, mejor conocido con el Marqués de La Esperanza.

-El Fideicomiso de Conservación la adquirió en el 1975.

 

Fotos y vídeo: Javier del Valle

 

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