Tres organizaciones sin fines de lucro relatan las muestras de amor que comparten con los participantes a los que sirven.
Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé

La búsqueda de la exploración de la identidad propia a
través de algo tan sencillo como el dibujo animado que
más que guste a cada participante es un factor determinante
en el enriquecimiento del ambiente.
Hay momentos que exigen que retornemos al principio, a la razón primera por la que se activa el tercer sector. En este mes de febrero, tocamos la puerta de tres organizaciones sin fines de lucro que relatan las muestras de cariño que ofrecen a sus participantes y las que reciben de vuelta.
La misión de cada organización nace, sin duda, de un gran gesto de amor. Los besos y los abrazos siempre estarán presentes en su labor, pero tanto la cotidianeidad como la convivencia traen otros recordatorios del sentimiento cultivado. Aquí algunos ejemplos que te arrancarán una sonrisa:
Hogar Cuna San Cristóbal
En el albergue atienden niños de 0 a 7 años que han vivido trauma, negligencia o han sido maltratados, mientras se determina si pueden retornar con sus familias biológicas o comienzan de nuevo con una familia adoptiva.
“Los apoyamos y los sostenemos en este proceso de pérdida de su familia biológica con todos los servicios que proveemos en el albergue”, explica Keila La Santa, directora ejecutiva, del espacio que ahora atiende a 15 participantes.

La celebración de los cumpleaños es uno de los muchos esfuerzos que
realiza la Casa de Niños Manuel Fernández Juncos para manejar el
aspecto emocional de los complejos procesos que atraviesan los participantes.
La Santa puntualiza que la labor de San Cristóbal es el espejo en el que se miran para atender a los residentes del albergue, y que las muestras de amor pueden ir desde un buen abrazo hasta una merienda especial o la celebración de un cumpleaños.
“Escucharlos, hablarles con la verdad a su nivel, no crearles falsas expectativas; eso también es amor, quedarnos con ellos cuando están en momentos difíciles, dejarlos que manifiesten su dolor. Ahora tenemos una nena que es sorda, todo el equipo cogió clases de lenguaje de señas, nos adaptamos a la necesidad de los niños que atendemos y los defendemos a capa y espada donde sea”, explica la líder y agrega que además acuden a apoyarlos en sus actividades escolares.
Para manifestar su cariño, los participantes “nos hacen dibujos y nos regalan cositas que hicieron en la escuela”.
Como un legado de amor menciona que trabajan para cada niño en el albergue un “Libro de vida”, que acumula fotos, información e historias que documenten su crecimiento, dada la importancia de rescatar su historia.
Sin embargo, una inesperada muestra de amor vino en forma de colcha de cama.
En el albergue, los niños que pueden expresarse evalúan los servicios recibidos cada tres meses. En una ocasión, una niña se quejó de que los cuartos femeninos eran rosa y los masculinos azules, y ella prefiere ese color.
“Hemos mantenido todas las camas iguales por estética, para que sea vez bonito, y nos dimos cuenta de que se estaba perdiendo lo esencial: que los niños tengan sentido de pertenencia. Así que ahora la ropa de cama es diversa. Tengo nenas con colchas de Sonic, de Buzz Lightyear, Paw Patrol o de Princesas. Tenemos diversidad de estilos porque les dimos voz y voto. Fue un cambio organizacional porque queremos que sientan que el espacio es de ellos. Fue emocionante ver sus caritas cuando los complacimos, los pequeños detalles hacen la diferencia”, promete La Santa.
Casa Manuel Fernández Juncos
“Una vez un señor en Cabo Rojo nos pidió que le contáramos cómo era el Viejo San Juan porque nunca había ido, hasta llamó a su familia para que nos escucharan. Esa experiencia nos motivó a fortalecer este programa que lleva una parte del museo a la comunidad y lo reciben muy bien”.
Alejandra Olivieri Robles
Asistente del Programa de
Educación y Alcance Comunitario del Museo de Las Américas |
Quince varones entre los 8 años y los 17 años y 11 meses viven en el albergue, donde inicia su recuperación tras experimentar maltrato, abuso o negligencia en el hogar.
Su director, Padre Rodolfo Vega, destaca que -junto con el Departamento de la Familia- deben suplir la necesidad de un padre o una madre activos en las vidas de sus participantes.
“A partir de ahí, la experiencia de crianza integral de cualquier ser humano requiere que pase de manera transversal por la experiencia del amor”, dice el sacerdote sobre el sentimiento que se suma a servicios educativos, médicos y sicológicos.
Sin embargo, Padre Rodolfo resalta qué ocurre cuando los niños interactúan con los voluntarios de la organización, grupo que suma unos 45.
“Los niños se conmueven y empiezan a crear relaciones, vínculos que van fortaleciendo el tejido social, tanto de parte del niño -que conoce personas adultas que traen a sus hijos-, como de los adultos que ven la esperanza de una crianza saludable para ellos”.
La manera en que los participantes retribuyen esas atenciones se evidencia “en esa capacidad de agradecimiento y agrado al ver a una persona que -de momento es extraña- y viene a colaborar en la casa”. “Ese nivel de consciencia de la sociedad que trabaja entre todos, el acto de buena voluntad de personas que no los conocen, pero quieren venir a compartir con ellos, hace toda la diferencia”, señala el director.

El vínculo comunitario que logran los facilitadores del Museo de las Américas
con público de todas las edades refleja la gran necesidad de actividades
de ocio productivo para diversas poblaciones.
Ya es costumbre que una vez al mes celebren a los cumpleañeros del albergue.
“Al visitarnos, las personas voluntarias se convierten en un recurso estable para los niños porque los van viendo con cierta frecuencia y les permiten socializar. Esa forma de atender sus necesidades está ayudando también a una comunidad en su intención de querer aportar, no se queda en los deseos, se vuelve vivencial”, explica y menciona un ejemplo de cómo el amor incentiva transformaciones.
Padre Rodolfo menciona el caso de una voluntaria del Banco Popular que ha hecho de su visita al hogar un hábito sabatino. “Ella se ha convertido en una especie de testimonio de cómo se utilizan los días libres. Dice ha podido salir de su zona de confort y abrir la conciencia de que la sociedad necesita ayuda hoy y que yo puedo ser parte de esa ayuda, yo puedo aportar”, dice el sacerdote.
El director puntualiza que el tercer sector, tan dado a recibir el impacto de los cambios en política pública, “nos pone a repensar el modelo social de un país”. “La solidaridad es lo que hace que una sociedad avance, personas con nombre y apellido que decidan hacer cambios en su comunidad”, insiste convencido Padre Rodolfo.
Museo de Las Américas
“Las risas son el denominador común de los participantes que disfrutan una actividad del museo”, explica Alejandra Olivieri Robles, asistente del Programa de Educación y Alcance Comunitario del Museo de Las Américas, ubicado en el Cuartel de Ballajá en el Viejo San Juan.
La institución ha abrazado la misión de exponer a visitantes y a residentes de las comunidades que visitan, a lo mejor del arte que albergan sus salas. Lo hacen a través de cuatro programas: “Arte Mayor”, dirigido a adultos mayores; “Extramuros”, iniciativa que utilizando un baúl lleva a una comunidad un resumen de la exposición en alguna de sus salas; “Crear es crecer”, que atiende a adultos con diversidad funcional; y “Sanando sanadores”; que procura el bienestar de trabajadores sociales activos. La interacción con los participantes genera variadas muestras de interés y cariño.

Participantes del Instituto Psicopedagógico durante una de sus visitas.
Olivieri destaca que preparan con esmero la oferta para cada programa y lo principal es “saber escuchar a las personas”.
“Nos pasa mucho con “Arte mayor”, alguna obra toca los recuerdos de alguna persona y se abren a contar experiencias que a veces tienen bien guardadas, especialmente si son pérdidas de personas cercanas”, relata.
Cuando visitan diversos rincones de la isla con “Extramuros”, descubren el interés por conocer el arte y la avidez por aprender otras realidades. “Una vez un señor en Cabo Rojo nos pidió que le contáramos cómo era el Viejo San Juan porque nunca había ido, hasta llamó a su familia para que nos escucharan. Esa experiencia nos motivó a fortalecer este programa que lleva una parte del museo a la comunidad y lo reciben muy bien”, describe Olivieri.

Preguntar a los niños y niñas qué representa algo especial para ellos es
de suma importancia porque, en ocasiones, cosas muy sencillas
e inesperadas pueden cumplir el efecto deseado de bienestar.
De los participantes con diversidad funcional agradece “la forma en que valoran y atesoran cada experiencia”. “A veces en sus memorias lo que se queda grabada es la actividad que tuvieron con nosotros, y nos da mucha alegría comprobar que se quedan con esa felicidad por tanto tiempo. Es bien bonito”.
Para los participantes de “Sanando sanadores” procuran hasta la aromaterapia adecuada que convierta la sala donde trabajan en “un lugar seguro” y de paz.
“Es bien importante que se sientan escuchados, que sientan ‘me gusta el ambiente donde estoy’”, señala Olivieri.
“Por lo general, las personas entran a las salas del museo y se olvidan de todo lo demás. En los talleres nosotros procuramos que se sientan a gusto, al punto que hasta nos hacen confidencias. Cuando creas ese ambiente dentro del espacio es lindo, en ese momento los participantes se olvidan hasta del celular. A veces tienes un gesto como conseguirle una silla al adulto mayor, cosas sencillas que hemos olvidado, acciones solidarias que se van contagiando en el grupo y después tú ves cómo comparten”, culmina Olivieri.
Descubrieron entonces una gran verdad, lo más importante del amor, es compartirlo.
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