Trasformar un ser humano es una tarea que abarca no solo sus complejidades si no también las de su entorno. Así lo hacen en Casa Familiar.
Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé
Estudiantes disfrutan de sesiones de yoga-terapia en Casa Familiar. Foto / Suministrada
Luz Rivera es la coordinadora de la Casa Familiar en la Escuela Delia Dávila de Cabán en Toa Baja y si algo le agrada es que “nosotros resolvemos de todo dentro de nuestro rol” en la comunidad escolar. La Casa Familiar ubica en un vagón en el centro de la escuela elemental. Todos saben dónde queda, nadie se pierde y ahí van a parar las dudas.
“Al mediodía esto se llena de estudiantes”, dice Rivera orgullosa de la Casa Familiar que lleva ocho años activa.
“Trabajamos de manera cercana con estudiantes, familias, docentes y somos esa red de apoyo desde una mirada para reconocer sus necesidades y trabajar en las relaciones entre los estudiantes y el personal. Nuestra intención es dar apoyo en todas las dimensiones, en las necesidades en los ambientes, enfocados en el bienestar integral. Buscamos atender las necesidades reales y cotidianas de la comunidad escolar”, agrega.
Las familias se entrevistan para identificar los requerimientos de los menores de edad y “de ahí desarrollamos nuestro plan de trabajo”. Si alguna necesidad no pueden atenderla, como coordinadora toca la puerta “de mis alianzas o identifico alguna entidad donde puedan ayudar a esa familia”.
“En cuanto a la facultad, también hacemos acercamientos a las guías e identificamos alguna necesidad que se pueda trabajar en los ambientes ya sea a través de charlas, de actividades, un taller, alguna dinámica. Con los participantes, el plan de trabajo incluye actividades lúdicas, grupo de apoyo a los padres, talleres y charlas a estudiantes, servicios sicológicos, terapias alternativas que incluyen desde yoga hasta arte terapia y esas alianzas externas que puedan brindarnos otras ayudas para las familias”, expone.
Rivera indica que las propuestas que respaldan la operación les dan una cantidad base de participantes para atender -muchas veces son 30-, “pero siempre nos excedemos”. “No tenemos límites, en ningún momento se deja de atender a un estudiante que necesite. Hacemos acercamientos a la trabajadora social para asegurarnos de que podemos ayudarlo”, dice Rivera.
Ampliar los servicios a la comunidad escolar y externa es una mirada diferente que brinda el programa. “En mi Casa Familiar hemos sabido servir a los envejecientes en el municipio de Toa Baja; hasta los vecinos son comunidad. Para nosotros servir es ayudar y la meta del programa es transformar. Transformar es ser esa mano amiga, a veces pensamos que no, muchos padres dicen ‘no’, pero a la hora de llegar al espacio se abren, expresan, ventilan y se identifica la necesidad”, dice.
Las entrevistas de cierre del programa con los padres proveen la confirmación que Casa Familiar necesita para sobre su efectividad.
“Te expresan cómo a su familia Casa Familiar les has impactado su vida y para mí eso es maravilloso. Todas nuestras historias nos marcan. Ellos agradecen el acompañamiento, ver que los niños han modificado conducta, han mejorado el manejo de las emociones, para muchos padres verse acompañados y dirigidos es algo que todo el tiempo agradecen. Nada más la forma que uno los recibe, ya ellos están agradeciendo. Nada más sentir que están en un espacio donde no te van a juzgar, nada más expresarle eso al padre, abres una caja de Pandora porque se siente en confianza. Tengo participantes que ya salieron de aquí y cuando visitan la escuela a donde primero van es a Casa Familiar, ahí uno ve cómo has impactado sus vidas”.
“Amamos lo que hacemos y siempre lo hacemos con una actitud positiva y amorosa. Creemos en la fuerza de la comunidad, en ese poder de acompañar para crecer juntos como seres humanos, como personas, eso es algo que nos llena”, subraya Rivera.
CUANDO TODO COMENZÓ
Rebeca Román comenzó a trabajar Casa Familiar en el año 2016, en la escuela Inés María Mendoza de Caimito donde se desempeñaba como coordinadora.
“Era un programa piloto del Instituto Nueva Escuela. Para mí fue una experiencia transformadora en el ámbito laboral y personal. Llegar a las familias, a una comunidad denominada “muy violenta”, y yo decía ‘wao voy a trabajar para víctimas de violencia’ y se me llenaban los salones. A mí todo el mundo me decía ‘¿cómo tú me vas a ayudar si esto es normal para mí?’. Trabajamos con la normalización de la violencia, por eso digo que fue transformador para la comunidad y para mí. Ahora el mundo entero normaliza la violencia”, describe Román los inicios de su labor.
La líder trabajó el delicado tema con las familias y con la comunidad hasta que nuevas urgencias se agregaron a su lista de tareas. Ese mismo año llegó el huracán María y se convirtieron en centro de acopio y de apoyo emocional para niños que perdieron su hogar que llegaban al salón en busca de estabilidad.
“Me sentaba con ellos y los escuchaba para que se distrajeran, al igual que a las madres. Les daba alimentos, ropa, repartía ayudas con los maestros por la comunidad. El proceso de María me ayudó a insertarme mejor en la comunidad y a que ellos pudieran entender que Casa Familiar era un espacio para ayudar, que yo era un agente de ayuda”, recuerda Román.
Se buscaron alternativas para mejorar las relaciones entre estudiantes, maestros y comunidad. “Unimos muchos lazos, yo los escuchaba y eso es importante hay que escuchar sin juzgar, yo creo que esa es la llave y la clave de la Casa Familiar. Que se sientan seguros de que a su historia compartida se le buscarán alternativas, siempre hay una solución, aunque lo vean difícil”, señala sobre su tiempo en Caimito, escuela que define como “mi alma mater”.
Román luego pasó a Guaynabo y, en el 2021, trabajaron virtual debido a la pausa impuesta por la pandemia por COVID-19. Cuando se abrió la convocatoria de directora del programa “me atreví a dirigir las 14 escuelas”. Tan pronto arribó llegó a la mesa administrativa, la líder propuso que “a Casa Familiar pueda entrar todo el mundo”. “Si alguien necesita ventilar, que entre sin tener que pensar ‘no puedo porque no cualifico’. Que sepan que al ser comunitario se les puede proveer los servicios”, destaca sobre la comunidad.
La posibilidad de cambiar vidas poquito a poquito, día a día le resulta “un alivio”. “Es una aportación a la sociedad, a la transformación social. Le digo al colectivo de Casa Familiar que nunca duden de la capacidad tan grande que tienen los padres y les ofrecemos esperanza. Somos accesibles a que dentro del horario escolar hay un espacio para que sus hijos reciban servicios, algo viable para ti que puede ser sanador. Recibir de una madre un ‘gracias porque lo necesitaba’ es la mejor paga. Son maravillosas las historias”, culmina Román.
Para saber más del programa Casa Familiar, visita inepr.org.
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