La historia de esta joven de Bayamón, es una de las muchas que se escuchan con tan solo pasar un rato conversando con los estudiantes que conforman la Orquesta Sinfónica del Conservatorio de Música de Puerto Rico, que dirige con un compromiso que se nota en cada gesto, el director puertorriqueño Roselín Pabón.

Los jóvenes ensayan como orquesta en su totalidad tres veces por semana, aunque su formación como integrantes de la orquesta incluye ensayos por secciones y talleres individuales con sus profesores del Conservatorio. Oenegé visitó el primer ensayo que tuvieron luego de que quedara inaugurada en Ponce la gira alrededor de la Isla, que la Fundación Ángel Ramos, en alianza con la principal institución de educación superior en música del País, ha convocado. La próxima parada será en marzo del próximo año en el Centro de Bellas Artes, pero antes habrá muchos más conciertos y presentaciones independientes de los diversos grupos de cámara que han surgido del junte de los alumnos.

El entusiasmo es evidente y la disciplina es constatable, pero lo más conmovedor de todo sigue siendo la pasión con la que cuentan la primera vez que sintieron eso que tan bien describe Adriana, ese instante en que la música entró en sus vidas y en sus cuerpos y lo cambió todo.
Maricarmen Vélez Crespo, por ejemplo, comenzó en el violonchelo a los 11 años en la Escuela Libre de Música de Mayagüez. No había músicos en su familia. "Mi mamá nos quiso apuntar a mi hermano y a mí para que tuviésemos algo más que hacer que los deportes. No fue que yo lo pedí", recuerda la joven de 21 años natural de Añasco.

Así como no escogió estar allí, tampoco escogió del todo al violonchelo. La verdad, ya no quedaban espacios para las guitarras, los pianos y otros instrumentos que a su edad conocía. "Tampoco quería el violín porque me parecía como muy chillón, entonces vi el violonchelo que era grandecito pero pensé que lo podía manejar. Realmente me gustaba pero al principio no era que yo quería estar tocando chelo todo el tiempo, pero a medida que fui aprendiendo me fue gustando más. Como al año me compraron mi propio chelo, uno de estudiante, y ahí me motivé bien brutal y quería estar tocando todo el tiempo", cuenta la violonchelista, para quienpertenecer a una orquesta ha sido no solo importante para su formación artística, sino para entender en profundidad lo que significa la disciplina y el verdadero trabajo en equipo. Allí todos son uno y en esa sensación hay un orgullo muy profundo. Después de todo se trata de pertenecer y pocos sentimientos son tan humanos como ese.

El caso de Fermín Andrés Segarra Cordero, de 20 años, es muy distinto. Su padre es chelista de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico (OSPR) -dirigida por Maximiano Valdés- y es además quien lo dirigió a él y a sus compañeros integrantes de la Orquesta Sinfónica Juvenil de la Escuela Libre de Música Ernesto Ramos Antonini, que en el 2011 fue evaluada con oro en un encuentro internacional de orquestas juveniles celebrado en el icónico Carnegie Hall en Nueva York. Hoy día, padre e hijo, son integrantes activos de la OSPR, ya que a principios de este año el joven violinista fue el seleccionado tras el usual y riguroso proceso de audición. En la orquesta del Conservatorio, Fermín es el concertino y aunque en su caso fue inducido a la música desde muy niño, hoy día no cambiaría nada de eso.

"La música para mí empezó con las películas, con Star Wars, con Lion King. Luego estuve en Kinder Music, pero le vine a coger el gustito como en noveno grado. En la Escuela Libre de Música los maestros empezaron a ponerse más serios y mi papá practicaba conmigo todos los días media hora y hoy pienso, que si no hubiese sido por eso, no estaría dónde estoy", reflexiona el joven quien desde el undécimo grado tuvo claro que quería fraguarse una carrera formal en la música. Por eso decidió adelantar el cuarto año e ingresar cuanto antes al Conservatorio. Había algo que estaba aprendiendo con la música que no lograba aprender en las clases del currículo tradicional de enseñanza. "Pasión, sensibilidad, disciplina... Sentarme a leer un libro siempre va a ser peor que tocar una escala. Se me hacía más accesible llenar blancos... Siento que es una cuestión de lenguajes, llegamos al mismo sitio, pero de distintas maneras".

Su aspiración, es muy sencilla: "quiero seguir haciendo de la música algo accesible". Quiere viajar, tocar en lugares donde no sea usual escuchar la música clásica, mostrarle a las personas lo que el sonido del violín -solo o en orquesta- le puede hacer sentir. La razón, más simple aún: "La música te despierta, te ayuda a encontrar lo bueno de las cosas, te enseña a escuchar".

Su sueño lo comparte Maricarmen, y por su parte, Adriana, sueña con todo eso pero también quiere ser profesora. Traspasar sus conocimientos y continuar el contagio. Todos entienden y aprecian el valor de un verdadero mentor. En el caso de Anthony Calderón, un joven de 19 años natural de Carolina, esto ha sido determinante no solo en su ruta profesional sino en su vida.

"Había solamente un músico en mi familia, mi abuelo que falleció, Marcos Vizcarrondo. Él era saxofonista y había un tecladito electrónico en la casa y él me decía que tocara las notas. Ése fue mi primer contacto con la música", rememora Anthony, un chico formal que hoy por hoy es uno de los jóvenes que más premios y becas ha ganado como intérprete del que le llaman el instrumento más traidor por la cercanía que hay entre los armónicos: la trompa.

En sexto grado su mamá le recordó su gusto por la música y así fue como decidió entrar a la Libre de Música. Por curiosidad, por saber cómo era ese instrumento optó por la trompa.

"Cuando entré a séptimo grado, Luis Arroyo fue mi profesor. Él ha sido el maestro de todos los trompistas que hay ahora mismo activos en la Sinfónica. Me ha ayudado un montón, me ha hecho llegar a la grandeza del instrumento", cuenta emocionado el joven que un sábado cualquiera recibió la sorpresa de su vida. El profesor Arroyo, llegó a su clase sabatina cargando un maletín con una forma familiar.

"Yo estaba en el seminario con mi instrumento normal y él apareció y se sentó al lado mío. Me dijo: tú me has presentado a mí que eres una persona dedicada, seria, y con talento. Yo he decidido regalarte mi instrumento", narra. "Le dí un abrazo y me quedé sin palabras, me regaló su trompa, un instrumento que cuesta $11 mil dólares. Ya en noveno grado yo no tenía trompa y él me compró una. Ese maestro tiene mucha fe en mí y yo se lo agradezco mucho. Con él he descubierto los misterios del instrumento, y aquí también con el profesor Irizarry. La música es una carrera costosa, me he dado cuenta, pero eso no puede ser impedimento", afirma el joven que sigue arrasando en concursos y en becas gracias -a su juicio- más que a su talento, a su dedicación.

La gira a todos les entusiasma. Dicen que no solo es una manera de agradecer a la Fundación Ángel Ramos el apoyo económico que brindan al Conservatorio, sino que además es una oportunidad de crecimiento profesional y sobre todo de llevar la música al país. No hacen falta muchas más palabras, hay que escucharlos, dejarse contagiar, constatar que la música sí nos salva de algo, lo que sucede es que ahí justamente radica su misterio: a todos nos salva de algo distinto.


Fotos por Juan Carlos Álvarez Lara

 

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