Hace 33 años, Hogar Ruth surgió con la meta de salvar vidas de mujeres y niños en peligro debido a la violencia doméstica. Pero la salvación, para que sea duradera, debe cimentarse en un plan que permita a esa nueva jefa de familia independizarse.


Terapias psicológicas individuales y grupales, talleres y tutorías educativas
son parte del plan de trabajo con las familias albergadas.

Para lograrlo, el albergue interviene con las familias que arriban, referidas por el Departamento de la Familia o de Justicia, con personal multidisciplinario que le ofrece seguridad y orientación. No solo se garantiza su protección y orientación mientras se ventila su caso legal, sino que además brindan servicios psicológicos individuales y grupales para todos los afectados, apoyo en la búsqueda de un nuevo hogar, de ayudas económicas, de maneras para culminar o empezar estudios, de establecer pequeñas empresas, tutorías para estudiantes y hasta brindan programas de esparcimiento y diversión. Además de los servicios en el albergue, ofrecen otros ambulatorios y apoyan víctimas de violencia sexual.

Lisdel Flores Barger, directora del albergue, lleva una década de labor allí. Menciona que el pasado año 2016 atendieron 4,300 víctimas en todos sus programas. El promedio anual es 4,800.

“De todos nuestros programas, el que puede ser la zapata del empoderamiento futuro de estas mujeres es el de Vivienda transitoria. No obstante, salvar vidas es la esencia, es el programa que verdaderamente rescata y el que permite, a su vez, que nosotros podamos hacer el resto de las cosas con la familia”, menciona Flores sobre el proyecto de transformación.

“Desconocen sus derechos y rechazan la ayuda porque entienden que saliendo de su casa van a perderlo todo”.

La directora apunta que para abandonar definitivamente un ciclo de violencia debe haber “una orientación adecuada y la seguridad de tener un lugar donde llegar con sus hijos... Y saber que, en ese lugar, ella va a recibir la atención adecuada para poder apoderarse y luego seguir con su vida”, menciona, al tiempo que reconoce que, en ocasiones, algunas participantes rechazan la ayuda y regresan con el agresor.

“Esto lo motiva el miedo a lo desconocido cuando no tienen la oportunidad de estar orientadas por personal especializado en violencia doméstica”, señala Flores. “Desconocen sus derechos y rechazan la ayuda porque entienden que saliendo de su casa van a perderlo todo. ‘¿Qué va a pasar con sus vidas cuando acabe el albergue?’, se preguntan. No saber ese tipo de cosas importantes y trascendentales en ese momento en que están tomando la decisión las lleva muchas veces a desistir de la ayuda”, lamenta Flores.

MULTIPLICIDAD DE ROSTROS


La seguridad y confidencialidad de las participantes queda
protegida en el Hogar Ruth.

El perfil de la mujer que arriba al albergue es variado y cambia cada año. A veces predominan las mujeres solas con hijos, otras veces se imponen las madres con más de tres hijos, las dependientes totales de ayudas gubernamentales o las que cuentan con grados universitarios.

“Esto nos indica que la violencia es un mal que no discrimina y se mueve libremente por todas las estratas sociales”, explica Flores, quien agrega que el denominador común del agresor es tener el poder y el control total en la relación.

“La violencia se desata cuando sienten que pierden ese poder y ese control sobre ellas, sobre todo cuando ven que buscan ayuda, que se mueven en otra dirección”, indica la directora.

La presencia de hijos muchas veces es la ficha del tranque en la toma de decisiones de las mujeres en esta situación; igual sirven como detonante para vencer el miedo y buscar una vida mejor como pueden paralizarlas cuando estos les piden que no abandonen al agresor.

“Esto último pasa muchísimo cuando hay hijos adolescentes, las mamás toman en consideración sus posturas. Somos de los pocos hogares en Puerto Rico que acepta hijos en esas edades. En el 2016, el 24% de nuestros jóvenes albergados eran adolescentes”, resalta.

Hoy Hogar Ruth alberga 24 personas entre madres y niños. La coordinadora de servicios, Damaris Feliciano Cintrón, subraya que cuando llega una participante nueva es vital “crear la empatía, la confianza y tener sensibilidad al trabajar con cada una de ellas”.

“¿Comiste?” Esa es una de las primeras preguntas que se le realiza a mujeres que llegan abatidas física y emocionalmente tras un extenuante proceso en cuarteles de policía y tribunales.

“A esa familia la recibe una trabajadora social con amor y cariño”, dice Feliciano Cintrón. “Esa persona llega con mucho miedo, no sabe a qué lugar llegó, con quién se va a encontrar. Cuando entra a la casa ve que hay más participantes, se le enseña la habitación. La empatía y la sensibilidad van venciendo el miedo”.

SIN MARCHA ATRÁS

Gracias a propuestas federales con el Departamento de Vivienda y Justicia, Hogar Ruth puede mantener su programa de Vivienda transitoria bautizado Guayacán Housing. Hoy, este permite que 26 familias vivan fuera del albergue por un periodo máximo de 24 meses.

“Hace seis años se obtuvo la propuesta que permite a esas familias vivir en pueblos aledaños a Vega Alta. Tenemos presupuesto para apoyar gastos de estudio, para cuido, se le alquila la vivienda incluyendo servicios como agua y luz. Cuando logramos la segunda propuesta pudimos atender también víctimas de violencia sexual y acecho que deben ser removidas de sus comunidades. Además, permite apoyar inmigrantes”, expone Bairá Soto Toledo, coordinadora de voluntariado y de manejo de casos de vivienda transitoria.

 “Un equipo las ayuda con entrevistas de empleo, con transportación, ese primer mes de trabajo el proyecto le paga el cuido a los niños en lo que ella empieza a cobrar su sueldo, se les apoya en sus procesos legales vinculados a su historia”.

Con siete años en el Hogar, esta trabajadora social manifiesta que las participantes aceptan la ayuda sabiendo que acabará.

“Por eso establecemos un plan individualizado de familia con metas establecidas en conjunto. Cuando entrevistamos las candidatas todas tienen unas metas que no tuvieron las condiciones para cumplirlas. Un equipo las ayuda con entrevistas de empleo, con transportación, ese primer mes de trabajo el proyecto le paga el cuido a los niños en lo que ella empieza a cobrar su sueldo, se les apoya en sus procesos legales vinculados a su historia. Ahora mismo, dos terceras partes de las participantes están generando ingresos. Hay una fase de generar ahorro y mejorar crédito porque es una herramienta de apoderamiento y eso es lo que queremos”, afirma Soto.

La coordinadora de voluntariado confiesa que, cuando acompañan una familia a ver una nueva residencia o apartamento y emocionados sus integrantes dicen “este es mi cuarto”, es un momento que no tiene precio. “Ellos vienen de estar en situaciones duras y ven que hay un nuevo comienzo. La verdad es que las mujeres que se empoderan no dan marcha atrás, eso no quita que alguna vuelva a caer en una situación de maltrato pero, si le pasa, ya nos permitió llegar donde ella y tiene herramientas para tomar acción cuando esté lista”, asegura la trabajadora social.

VOLUNTARIADO DE LUJO

Casa Ruth se precia de contar con un batallón de voluntarios que hace aportaciones de todo tipo en distintas instancias del año. Bairá Soto Toledo es la coordinadora del grupo y resalta que el pasado 2015-2016 “rompimos récord con más de 700 personas”.


Lisdel Flores Barger, directora del albergue

“La mayor parte de ellos son voluntarios informales, vienen una o dos veces o vienen con compañías y escuelas con las que tenemos alianzas. De esos, un 10% son voluntarios de todas las semanas o todos los meses”, describe.

Soto Toledo indica que quien se acerca a la organización sin fines de lucro “tiene un llamado al servicio, intenciones de aportar o preocupaciones por la violencia doméstica”.

“Primero, uno debe identificar cuáles son sus intereses y qué les satisface; a veces es aprender de un área profesional que no ha trabajado, aportar vivencias, donar artículos o de su tiempo. Por ejemplo, el grupo de la compañía Humana que adoptó el hogar ha venido a pintar y a dar charlas de nutrición y lactancia, y cuando vienen a ayudar los estudiantes del Colegio Tasis les damos charlas sobre prevención de violencia en una relación de pareja”, cuenta la coordinadora.


Equipo de trabajo de la organización, de izquierda a derecha:
Lisdel Flores Barger, directora; Bairá Soto, coordinadora de voluntariado
y manejo de vivienda transitoria; y Damaris Feliciano, coordinadora de servicios.

Pero no solo de voluntarios requiere el hogar, para funcionar apropiadamente. Su directora menciona que reciben fondos económicos de propuestas federales y estatales a través de fundaciones, anualmente hacen un baile de gala y un torneo de golf como esfuerzo de recaudación, entre otros eventos más pequeños.

“Nosotros estamos con la fe puesta en que vamos a seguir hacia adelante aunque no sabemos qué va a estar pasando con las propuestas estatales; ese futuro es incierto después de junio 30”, reconoce Flores Barger.

A su juicio vale la pena seguir luchando, puesto que una mujer que recibe los servicios de Hogar Ruth se convierte en una persona “hábil y dispuesta a salir hacia adelante”. “Ella llega bien desprovista, abatida emocionalmente y cuando sale, el cambio es del cielo a la tierra”, culmina la directora.

 

Fotos: Alberto Bartolomei

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