Así, las piezas Esperando el autobús a Barceloneta, En otros puertos he atracado mi velero, Se permuta, Aquí están los amantes, Juana dejó el arco en las Rivera, Artífice del destino y La Menina que se quedó con el azul pero no quiso el príncipe, no sólo cuentan unas historias sino que están acompañadas por tres escrituras adicionales: una de la artista, una serie de poemas inspirados en cada pieza escritos por Ronald Rosario y un texto reflexivo del artista Elizam Escobar acerca de las pinturas.

"No estoy viendo pintura", insiste Dafne. "Estoy viendo una obra escrita. La narración. Entiendo que él (Ronald) lo logró súper bien. Me encantó lo que hizo". El poeta, cómplice, añade que "no se sabía que era una narrativa hasta que se sabe que lo es. Había algo cognoscitivo que se interpuso. Había una narrativa entre ellas...".

Tómese, por ejemplo, Esperando el autobús a Barceloneta. Se trata, según Dafne, de una pieza "de premonición". Después de hacerla, se dio cuenta de que, en efecto, "estaba esperando algo allí que no llegó". Por eso dice que en estas obras, además de premonición, "hay invocación y hay conjuro. Claro, al final lo del autobús fue más que metafórico...".

De hecho, muchas veces le ocurre: termina una obra, la mira y piensa que está llena de símbolos. "Pero éstas, más que símbolos, han sido metáforas".

"Esa conversación empezada que tú tienes con quien tú intimas está allá adentro"

Hay muchas mujeres en estas obras. Muchas juntas y da la impresión de que fueran sólo mujeres. Y todas, dice, "soy yo en diferentes momentos, posiciones, sentimientos". Sin embargo, físicamente, cada una de esas mujeres es, no sólo muy distinta de la otra sino muy particular, con ciertos filos en los gestos, con miradas muy específicas, con unas maneras de posarse que no parecen ser las mismas de la mujer anterior. Muchas veces, mientras Dafne las pinta, de repente se le aparecen sus amigas en el tablón. Así que, realmente, muchas de esas mujeres son ellas, sus cómplices de siempre. "Pero también siguen siendo yo", explica. "Porque son personas con las cuales una intima tanto y tanto que verdaderamente son lo que te compone. Esa conversación empezada que tú tienes con las personas con quien tú intimas está allá adentro. Y eso es lo que lo hace cotidiano también".

Pero los hombres también están, sostiene. "Están ahí en los árboles, en las paredes, todos son rostros de hombres pero son bien sutiles. Aquí están los amantes. Ellos están, lo que hay que encontrarlos. Los hombres cuando entran en mi obra no son personajes sino retratos de hombres que he querido pintar".

A primera vista, es evidente la influencia de artistas como Marta Pérez y Nick Quijano en la obra de Dafne. Ella asiente y menciona también a Rafi Trelles y Jorge Zeno. Los cuatro, dice, "marcaron mi obra definitivamente por el lenguaje que utilizaban. Un lenguaje... maravillosista. No son surrealistas sino...". Dafne busca la palabra. "¿Alegóricos?", le pregunto. "Sí. Pero lo que estamos planteando es real. Hay unos planos. Tú sabes que lo podemos ver, que está ahí".

En estas obras también hay unas influencias de los maestros del 50, de ese Viejo San Juan que ellos también pintaban. "Sí, están todos ahí interactuando: Félix Rodríguez Báez, Tufiño... Están detrás mío cuando pinto. Félix era mi vecino, salía de casa y ahí estaba él pintando y si tenía que regalarme un cigarrillo porque yo tuviera una emergencia de ese tipo pues me lo regalaba", dice entre risas.

Dafne se considera "una ama de casa que pinta". Su mundo está lleno de "escobas y conversaciones triviales". Es muy sencillo mi trabajo, dice. "Pero también muy introspectivo". La mejor manera como puede explicarlo tiene dos palabras: una "poética de la cotidianidad".

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