“Alguien de apoyo en el transcurso de la vida que me estaba brindando herramientas constantemente”, definió Hernández las figuras de apoyo que le brindaron compañía en sus años formativos.
“Recibí todo eso un día y ahora, a los muchachos aquí en la casa, les brindo todo eso que recibí”, destacó Hernández quien al momento labora como educador en la Casa Manuel Fernández Juncos donde estuvo entre los años 2005 y 2013.
El joven egresado resalta que la honestidad es un valor vital para lograr conexiones saludables y duraderas con los niños y jóvenes al igual que brindar confianza. Puntualizó que ellos aprecian “la confianza, el trato, esa disposición de querer brindarles cosas buenas”.
Cuando los menores andan en busca de esa figura de apego, “se expresan muy cariñosos buscando una respuesta”.
Hernández no duda en identificar a quienes fungieron como figuras de apoyo en su vida. “Mis educadores, ellos siempre me brindaron la mano, me dieron amor principal y buenas enseñanzas en mi diario vivir”, asegura orgulloso.
Ellos les acompañaban lo mismo a juegos de baloncesto que a graduaciones. “Esa era la familia que nos acompañaba. Nos sentíamos súper bien al saber que tenemos alguien con quien contar, es satisfactorio”, reflexiona.
HABLAR CONTIGO
Padre Oscar Alvarado Rojas lleva año y medio frente a la Casa Manuel Fernández Juncos. Define una figura de apego para un menor como “aquella persona -joven o adulto mayor- con la cual el menor se identifica”. “Tiene la oportunidad de acercarse de una manera distinta”, indica sobre el vínculo y agrega que resulta “fundamental para que el menor se pueda abrir en su interior con una persona determinada”.
Y ese amor no está reñido con la disciplina.
“Nada tiene que ver una cosa con la otra”, afirma Padre Oscar. “Lo importante para el menor es que encuentre una persona con la cual pudo sentarse a hablar, punto, y que no le pida muchas explicaciones. Muchas veces se trata de estar atento para escuchar al menor. En cuanto esos muchachos logran encontrar quién les escuche, empiezan a abrirse y ya puede empezar el proceso. Hay que darles siempre la libertad de que ellos puedan elegir a la persona que necesiten. En este tipo de instituciones nos encontramos con personas, sicólogos, trabajadores sociales, siquiatras, médicos, enfermeros, pero como esto es así, los menores no precisamente eligen esos, sino al chofer que les llevaba a la escuela, a la persona que está en la cocina y que muchas veces es la que le da respuestas al niño”.
“Para mi eso es clave, que hagan clic no importa la jerarquía de nosotros (en el hogar) porque eso garantiza que ellas fluyan, que comiencen a sentir esa seguridad en este espacio porque yo sé que ese con quien yo hice clic va a velar por mi, va a escuchar”. |
Escuchar sin juzgar es muy importante. “Como lo es también el presumir la inocencia y, aunque sea culpable, siempre hay que seguir adelante con él”.
Padre Oscar puntualiza que muchas veces en las escuelas se falla en tener en cuenta que la presencia familiar puede ser muy distinta al concepto principal de mamá y papá. Puede acudir una abuela, un tío, un tutor o un trabajador social. “Lo fundamental es que el menor siempre se sienta acompañado y querido, y en el caso de nuestras instituciones el menor busca al que quiere”, afirmó el director del albergue que puede atender hasta 24 varones, entre las edades de 8 a 18 años, que allí legan tras la determinación del Departamento de la Familia.
HACER CLIC = CONFIAR
Damara González Carlo lleva 18 años al frente del Hogar Fátima en Bayamón, fundado hace más de cinco décadas por las Oblatas del Santísimo Redentor. En ese tiempo, ha atendido más de 800 jovencitas entre los 11 y los 17 años que allí llegan referidas por el Departamento de la Familia.
“Están en la edad de ‘ahora me gusta’ en unas horas no”, define González a las residentes del espacio que puede albergar hasta 36 residentes.
La especialista apunta que entre las edades de 0 a 3 años, además de desarrollar apego con sus cuidadores y sentido de pertenencia con su familia, los niños desarrollan vínculos con su entorno, por lo que deben ser lo más saludables posibles.
“De ahí comienza a desarrollar su persona en lo que es socializar y hacer tareas más independientes del cuidador en sus primeras etapas. Aquí lo observamos mucho porque cuando las menores llegan comienzan a hacer comparaciones ‘esto me lo enseñaron así’ o ‘en mi casa me lo permitían’ y hay que empezar la construcción y deconstrucción de lo que es saludable, en medio del proceso de decidir quién voy a ser y cómo voy a ser”, declara la directora.
En el camino de sanar heridas, se construye además para que las menores puedan volver a confiar en otra persona. “Nos toca reconstruir y es bien cuesta arriba”, reconoce González.
Sin embargo, en algún momento ocurre. Cuando una joven del hogar identifica una persona en la que confiar, la directora lo describe como “hizo clic”.
“Ellas hacen clic y a esa persona tú le cuentas. A mi me dicen ‘Damara’, a mi me dicen ‘tía’, me dicen ‘mamá’, me dicen de diferentes maneras, hasta ‘Damarita’ y así mismito hacen a veces con las diferentes cuidadoras. Para mi eso es clave, que hagan clic no importa la jerarquía de nosotros (en el hogar) porque eso garantiza que ellas fluyan, que comiencen a sentir esa seguridad en este espacio porque yo sé que ese con quien yo hice clic va a velar por mi, va a escuchar”, propone González.
En Semana Santa realizaron un encuentro con egresadas que retornaron al albergue. Muchas de las que no pudieron llegar se conectaron por redes sociales al evento. La directora del Hogar Fátima describe el evento como “emocionante”.
“Algunas vinieron con sus hijos y hasta con sus mamás”, cuenta González, “‘aquí me crié’, decían algunas y solo estuvieron dos años. ‘Esta es mi habitación’, ‘esta es mi casa’, ‘quiero que mis niños vean dónde yo me quedaba a dormir’, decían otras y les permitimos entrar a una de las casas que habilitamos para ese proceso. Cuando vieron al profesor de deportes, que lleva aquí más años que yo, quisieron jugar volibol en la cancha con él; ¡algunas hasta en tacos!”.
Esas reacciones, además de las llamadas y visitas de egresadas dispuestas a colaborar, le confirman que fueron un equipo de trabajo que les brindó “un ambiente seguro, recíproco de amor y de respeto”.
“Probablemente dijimos 200 cosas y de las 200 algo se quedó ahí”, afirma.
Las cualidades que conforman a la figura de apego ideal son básicas y parecen repetirse entre todos nuestros entrevistados.
“Hay que ser una persona empática, respetuosa, tiene que abordar muchos temas delicados pero con amor, hay que entender, ponernos en los zapatos de otros, ser cálidos y mostrar interés porque ellas lo perciben, se dan cuenta cuando no es sincero y eso para ellas es bien importante”.
Confiar de nuevo, aunque cuesta arriba, es una meta que puede alcanzarse.
Fotos y vídeo: Javier del valle