“Podrá parecer clichoso, pero la fundación trabaja para esto”, asegura Christian Ramírez, coordinador del campamento y director del Programa Escolar de la Fundación de Niños San Jorge, mientras Oenegé atestigua el derroche de energía de los participantes en la cancha.
“El campamento se diseña para los pacientes que tengan limitaciones y los demás niños se integran a las actividades, a diferencia de como se hace en un campamento regular donde se hacen actividades típicas y los niños tienen que adaptarse. Aquí es al revés, la actividad es adaptada y los niños típicos se integran a esa actividad”, explica Ramírez.
Desde las 7:30 a.m. comienzan a llegar los participantes que recibieron aprobación médica para asistir al campamento, cuya jornada culmina a las 3:30 p.m. La mañana trae sesiones de baile, juegos, manualidades y la tarde está destinada a actividades distintas; ya han recibido clínicas de fútbol de sala, de baloncesto con José Juan Barea o han compartido con políticos de la Cámara de Representantes.
Cada participante tiene una figura en la manga de su camisa que lo ubica por edad, pero puede moverse libremente entre las diversas actividades que propone el día. Quizás solo quieres bailar o saltar o correr. Perfecto, este es el lugar para hacerlo y los 16 voluntarios del proyecto te acompañarán en el proceso.
“La dinámica es bastante relajada, se te sugiere que participes en una estación con gente de tu edad pero si terminas, o si prefieres, puedes irte a otra. Los pacientes aquí son libres, solo tienen que seguir unas reglas de seguridad como no salir de la cancha, no jugar bajo las gradas, no ir solos al baño ni golpearse unos a otros. Espontáneamente, ellos van creando actividades y disfrutan mucho el no tener restricciones”, agrega Ramírez.
LA ALEGRÍA NO DISCRIMINA
La cancha bulle de energía. Terminó la sesión de manualidades y junto a uno de los recursos del DRD, dos grupos juegan a recuperar una bola. La gritería aumenta según se acerca el final del juego. Al otro extremo de la cancha, un grupo de niñas trabaja en la coreografía de uno de los bailes que presentarán durante el acto de cierre del campamento; las caderas se menean, las melenas se agitan, las sonrisas son inmensas. Otros niños prefieren correr triciclos en los bordes del tabloncillo.
“Si tú miras, aquí no vas a ver diferencia entre quién es paciente y quién no, más allá de la edad no hay separación entre pacientes y hermanos. Nosotros aspiramos a que una vez que nuestros pacientes salgan –y mientras están en tratamiento- puedan integrarse y que disfruten como cualquier otro niño. Nos encargamos de que, en el campamento, ellos tengan el escenario ideal: una cancha bajo techo, con aire acondicionado e instructores del DRD que saben qué hacer”, señala Ramírez una meta compartida por el equipo de voluntarios.
Padecimientos oncológicos y hematológicos son el denominador común entre los pacientes asistentes. Otros tienen, además, condiciones variadas como autismo, retraso físico, diabetes o aprenden a vivir con amputaciones.
José Vargas es uno de ellos. Tiene diez años, acabó el quinto grado en el Programa escolar de la Fundación de Niños San Jorge y adora el baloncesto. Como parte de su tratamiento le fue amputado un brazo, lo que no impidió que tirara al canasto y encestara el balón en varias ocasiones. “Se siente bien estar aquí”, dice tímidamente y agrega que el verano mejora cuando se acerca el campamento.
“Yo quería hacer eso”, confiesa el niño oriundo de Toa Baja sobre los tiros al canasto.
Por su parte, Bryan Cruz de doce años completó el octavo grado en el Programa escolar y asegura que lo mejor del campamento es “que no tengo que estar acostao’”. “Me siento bien aquí”, acepta el jovencito natural de Cataño.
La pequeña Paola Torres, de 7 años, está contenta porque su hermana gemela, Camila, asiste al campamento. Oriundas de Juana Díaz, las hermanas tienen reducidas oportunidades de jugar juntas en un entorno abierto como la cancha del campamento. Aquí nacen nuevas memorias que no están relacionadas a la enfermedad.
“Sí, me gusta (el campamento). Aquí juego y bailo. Me gusta estar con ella (Camila)”, afirma Paola sobre las jornadas diarias.
Ángel, de cinco años, es hermano de un paciente. Brinca y salta sin cansancio a la vista. “El triciclo es lo más que me gusta”, confiesa y huye en busca de diversión.
DAR PARA APRENDER
El voluntariado ha sido clave en esta iniciativa que desde sus inicios ha contado con la alianza del DRD que dona la instalación, los instructores y coordina almuerzos con el Departamento de Educación, además de proveer materiales para manualidades y equipos deportivos.
Cuando hay dietas restrictas, el almuerzo es adquirido por la Fundación San Jorge en dicho hospital pediátrico. La compañía Jostens se encarga de las camisetas de uniforme. Varias compañías donan las meriendas. Cada padre se encarga de la transportación y en el campamento cuentan con una enfermera, Nelly Negrón, lista para atender cualquier emergencia. Ella es una de las manejadoras de casos de la fundación establecida en el 1995.
“La inversión nuestra es mínima: el almuerzo de los voluntarios que no cobran nada. El grupo lo mueven los voluntarios, solo tenemos cinco empleados de la Fundación que colaboran en el campamento. Siempre les decimos a los voluntarios, aquí solo te ganas la satisfacción y el amor de setenta y pico de niños. Tenemos voluntarios que llevan varios años con nosotros; algunos estudian en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y, como se extendió el semestre, van a sus clases y regresan”, explica Ramírez.
“Todos te enseñan algo y te hacen crecer como persona. Eso es lo importante”. |
Gianpaul Di Giorgi, de 18 años, es un voluntario muy especial, ya que es paciente de la Fundación. Nunca pudo asistir al campamento como participante, pero ahora puede integrarse como voluntario.
“Para mí trabajar aquí es una experiencia brutal porque muchos de ellos han pasado procesos como los míos y estar con ellos es una terapia. Para mí es un proceso de crecimiento, de paciencia -hay dos o tres difíciles…”, dice Di Giorgi con una mirada pícara aludiendo a los traviesos. “Pero todos te enseñan algo y te hacen crecer como persona. Eso es lo importante. Yo me siento bien de ver que se están envolviendo y que hacen lo que les gusta”.
En el caso de la voluntaria Marjorie Estrada Oppenheimer, estudiante de Sistemas de Información en la Universidad Metropolitana, su interés por trabajar al servicio de niños con padecimiento de cáncer se unió a su solicitud al Programa de Honor de la institución educativa.
“Es un llamado natural porque no tengo familiares ni conocidos con esa enfermedad”, dice la mujer residente en Guaynabo. “Aquí estoy contenta”.
Estrada está convencida de que “hay niños necesitados de otra persona” cuando no están sus padres presentes. Con frecuencia, se acerca a ella en el campamento un niño con dificultades para relacionarse con otros. Ella juega con él, le da su espacio y vuelve a la carga.
“A lo mejor él quiere que alguien lo conozca y ya ha visto que yo saqué tiempo para eso; le digo ‘si no quieres correr, vamos a jugar baloncesto’. Tienes que ser honesto con él, este es un aprendizaje para los dos. ¡Ay, qué bonito es eso! Me gusta”, culmina la voluntaria.
Si quiere unirse al voluntariado de la Fundación de Niños San Jorge, llame al (787) 622-2200 o escriba a Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo..
Fotos: Javier Del Valle