Dos veces en semana voluntarios socorren al prójimo necesitado, una población que va en crecimiento.
“Perdonen, pero tengo un sueño pesadísimo. Gracias, gracias. Gracias por venir en mi ayuda. Estoy desamparado. La familia no necesariamente tiene que ser de sangre. Les agradezco mucho estar conmigo un ratito”, respondió el hombre de 67 años luego de ser despertado por el grupo de jóvenes.
por Gloria Ruiz Kuilan/ El Nuevo Día/ 12.13.15