Refiriéndose a esa época, Myrta se describió como una niña que no se atrevía a hablar en público y que no lograba proyectarse hacia el futuro. “Creía que mi mamá era la culpable porque era la más que gritaba. Entendí el proceso de mi mamá, después de los talleres y de la universidad. Entendí qué es la violencia y todo lo que mi mamá sufrió y cómo callaba. Ella es una titana porque nos echó hacia adelante trabajando en restaurantes, con ancianos, limpiando casas. La vi sufriendo y me dije que tenía que estudiar”, comentó quien posee un bachillerato en trabajo social y una maestría en consejería.
Cuando la monja se reunía en su casa para darle herramientas a su mamá, Myrta estaba como una esponja absorbiendo. Se integró al programa para dar las tutorías de matemáticas a otros niños y, a partir de ahí, tomó talleres que crearon a una líder. “Venía a ayudar y salí ayudada, con talleres de autoestima, de comunicación efectiva, de valorarnos y empoderarnos. Nos decían que la educación era la base, que nos amáramos como éramos y que no tuviéramos prejuicios. Empecé a dejar mis complejos, a hablar de frente y a aceptar a mi papá con su condición y a perdonarlo”, indicó sobre esa filosofía que hoy rige en la escuela superior que forma parte de P.E.C.E.S y que toca las vidas de más de 115 estudiantes.
La esposa de Andrés Cruz y madre de Adeishally, Miranjelly y Andy James, ha estado gran parte de su existencia vinculada a este programa. Para ella fue esencial que alguien se preocupara por los suyos y por ella, por lo que está decidida a inspirar y a facilitar el desarrollo social, educativo y económico de los jóvenes.
“Una vez alguien se interesó, creyó y vio posibilidades en mí. Eso es lo que tengo que llevar a los demás. Todos los días me levanto con energía porque sé que voy a encontrar a alguien que necesita de nosotros”, expresó al asegurar que, gracias a P.E.C.E.S, aquellos niños hoy resuelven los problemas en su comunidad.