Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé
Qué gran error es pensar que las organizaciones sin fines de lucro son todas iguales. El término las agrupa, pero no las sepulta bajo un concepto uniforme; son tan variadas como sus quehaceres, aunque compartan múltiples características. Quien tenga los ojos listos, libres de estereotipos o del romanticismo de cartón con que a veces se mira su gestión, verá un grupo de personas decididas a atender un problema que afecta a una comunidad, el cual según se va conociendo y estudiando, se complica y se multiplica.
A estos trabajadores, el egoísmo les resulta ajeno y suelen ser incapaces de ignorar el llamado que hace un sector vulnerable. La constante búsqueda de soluciones ágiles y efectivas les sacude el miedo cuando intentan nuevas soluciones, aún sin contar con los recursos para implantarlas.
También pueden ser tercos. Visualizan un Puerto Rico que solo ellos ven y tratan de alcanzar, aunque para otros solo se trate de quimeras.
Los integrantes del tercer sector saben que no hay garantías de éxito, no hay certezas de retribución económica ni grandes glorias; solo hay satisfacción por una cuidadosa labor que no se quedó en palabras y el privilegio de recibir el agradecimiento en su forma más pura, ese que proviene de alguien que pudo compartir su carga con otro.
Hace tiempo que las organizaciones sin fines de lucro dejaron de ser ese grupo de “gente buena gente” que provee para que otros construyan un camino más seguro, próspero y con nuevas posibilidades en sus vidas. Las complejidades de los últimos años no las superaron, lejos de eso, las impulsaron a crecer y demostraron su fortaleza cuando nadie más podía.
Da gusto repasar junto a las pasadas ganadoras del Premio Tina Hills esos logros y desafíos vividos luego de recibir el galardón. La diversidad de estrategias diseñadas e implantadas revelan un rico perfil sobre la evolución de sus servicios, la renovada fe en su compromiso y sus respuestas atinadas.
Que hacen menos con más ya lo sabíamos. Que esa forma de trabajo no debe ser la norma es el mensaje que debe reforzarse porque una labor de primera categoría no debe estar confinada a ejecutarse desde la eterna precariedad.
La isla y el tercer sector caminan juntos porque juntos han crecido. Las emergencias, el desaliento compartido y atendido siguen fortaleciendo el lazo que se afianza con la experiencia acumulada, y gracias a una estela de aciertos y desaciertos en cada iniciativa. Paralizarse o no ejecutar nunca será su estilo.
El tercer sector ya se conoce, sabe cómo puede crecer y hacia dónde va. Más importante aún, le consta que puede sacar a nuestro país del marasmo al que lo han sumido crisis variadas en los últimos años. Hagamos otro Puerto Rico junto a ellas, porque fallarles es faltarle a nuestro futuro.