Desde entonces, y de forma ininterrumpida, se ha reunido el grupo de apoyo que en el 2007 dio paso al establecimiento del Centro de Ayuda a Víctimas, el cual realiza trabajo integrado de sicología e intercesoría por la víctima ante agencias gubernamentales con sus participantes.
El grupo de apoyo comprueba con cada cita que el dolor en compañía se hace llevadero.
Héctor Maldonado Polanco, ese hijo al que le gustaba el arroz con gandules y que siempre vivió con su madre, Olga Polanco, fue asesinado el 22 de julio del 2012. Tenía 39 años.
"Uno siente que la vida se le acaba", relata Polanco, "yo siempre he descrito que es como caerse por un túnel para abajo y llegar al fondo de la tierra. Dentro de mi dolor pasaron unos días y yo pensé cómo puedo salir de aquí porque si sigo aquí voy a perecer; el espíritu está muerto".
Como "buena suerte" describe Polanco el que una ex compañera de trabajo de su esposo la llevara al grupo de apoyo de ALAPÁS.
"Al ver tantas madres, abuelas y tías en la misma situación uno entiende 'no soy yo sola la que me estoy muriendo, somos muchas y no podemos dejarnos ir porque qué va a ser de los demás'. Mi hijo fue asesinado y ahora cumple cuatro años de muerto, yo me siento fatal, pero te diría que de Navidad para acá he mejorado algo. Creo que me falta mucho pero, a veces, parte de la mejoría es sentir que otros están en el mismo dolor que tú y uno los puede ayudar compartiendo lo que ha aprendido. Esas pequeñas cosas hacen que uno pueda ver que hay un futuro diferente", dice Polanco.
A Xavier Santiago Martínez, de 20 años, le gustaba la mecánica. Fue asesinado el 25 de mayo del 2007, según cuenta su madre, María Martínez, quien aún hoy abre los ojos y siente el peso en el corazón de saber que "mi hijo no está". Un día Martínez limpiaba su monedero y encontró un recorte de periódico que una compañera le había traído hacía un tiempo pues se reseñaba una actividad escolar en la que ella aparecía. Había pasado un año de la muerte de su hijo cuando por primera vez vio el recorte de periódico por la parte de atrás. Tenía una entrevista a Myra Rivera sobre su intención de crear un grupo de apoyo para personas que pierden seres queridos a causa de la violencia.
"Yo seguía leyendo buscando a ver si daban un teléfono y decía 'esto es Dios, esto es Dios'. Yo no podía vivir con este dolor, era algo tan desesperante; llamo al centro y me dicen 'ven', me reúno, me dan los servicios y desde ese momento, hace nueve años, estoy viniendo. Ha sido de gran ayuda haber podido conocerlos a ellos, somos una familia", detalla Martínez.
"Mi hijo tuvo una muerte trágica y mi vida me ha cambiado en la totalidad, ha sido bien doloroso, pero no soy la única. La mejor satisfacción es que esto ha sido de una ayuda para mi porque puedo brindarle a otras personas conforte y darle aliento. Tengo días buenos y días no tan buenos, pero hay paz porque estoy con Dios", acepta Martínez.
Rivera, la fundadora de ALAPÁS, resalta que luego de estos incidentes, la vida de las personas a su alrededor continúa, pero la de los familiares de quienes mueren de ese modo violento e inesperado queda suspendida. "No llores más", "pasa página", "ay chica, cambia el tema" o "pero eso ya me lo contaste" son algunas de las frases que escuchan y provocan su encierro.
Al único hijo de Madeline Guzmán, Jean Paul Rodríguez, de 19 años, lo asesinaron el 10 de noviembre del 2013. La madre de este joven al que le encantaban la playa y los animales percibe que con el paso del tiempo las personas a su alrededor no quieren oír más sobre el suceso.
"Llega el momento en que tú dejas de hablar con las personas por miedo al rechazo o porque esas personas no quieren sentirse mal y notas su actitud. Entonces tú empiezas a tragártelo y dejas de hablar del caso, lloras sola y lo haces todo sola. Para mí llegar a ALAPÁS fue una liberación. Las terapias me ayudaron mucho, pero el grupo para mi fue otra cosa, el poder hablar...", dice Guzmán interrumpida por el sentimiento que asoma.
"Cuando Laura murió el 22 junio del 1997 me pasó como a ellas, de la noche a la mañana mi vida cambió. Sabía que necesitaba ayuda, pero la gente alrededor mío no me daba lo que necesitaba por mucho que querían, sentía que tenía que compartir la experiencia con alguien que lo hubiera vivido", recuerda Rivera sobre el origen de ALAPÁS.
"Con cada una de las madres que ha estado en ALAPÁS yo voy aprendiendo. Por ejemplo, con Doris aprendí sobre el perdón", menciona Rivera sobre el caso de una participante. "A ella le matan a su único hijo, la persona es juzgada y le escribe desde la cárcel. Se dio un proceso y ella terminó perdonándolo para liberarse".
DUELO A LA MEDIDA
La poeta y sicóloga Dinorah Navarro Marzán creó el andamiaje para que ALAPÁS creciera como organización. Hoy atienden cerca de 150 casos al año, una cifra que va en aumento. Algunos participantes no regresan luego de sanar y otros se mantienen vinculados ofreciendo ayuda.
Una de las cosas que Navarro Marzán contempló fue el establecimiento de etapas de duelo ajustadas a las necesidades de estos casos.
La fundadora de ALAPÁS, Myra Rivera, explica que el modelo fue "forjado por la experiencia" de cómo el colectivo maneja el duelo. Magaly Castillo, presidenta de ALAPÁS, indica que se guían por un modelo de cinco pasos: el choque inicial en el que la persona no puede creer lo que sucedió; la aceptación y el manejo de emociones propias como la ira, la soledad o el abandono; la transición o ese momento en que decides cómo vas a continuar tu evolución; la cicatrización en la que transformas el dolor en acción positiva; y, la trascendencia en la que vives en paz con tu pérdida y tienes la capacidad de ayudar a otros.
"El mejor ejemplo de que funciona lo tienes aquí, estas cuatro madres han pasado un dolor intenso y han aprendido a vivir esta pérdida en paz. Han transformado su dolor de tal forma que ahora pasaron de ser participantes a ayudar a otros en su proceso de duelo; así siguen sanando su dolor", describe Castillo.
Las entrevistadas resaltaron la importancia de la Sesión de desahogo en ALAPÁS. "Es la terapia de brazos, hombros y oídos, solo quiero escucharte, solo quiero abrazarte y que llores aquí tranquilamente. Puedes estar hablando tres horas en esa primera sesión. Habla de ese dolor porque te vamos a escuchar cuantas veces sea necesario hasta que tú puedas aceptar esa realidad", dice Castillo sobre el servicio terapéutico gratuito que ofrecen y que permite a diferentes miembros de la familia trabajar el duelo desde sus personalidades.
Por su parte, Rivera añade que en las terapias o en el grupo de apoyo "jamás serás juzgado por esa muerte violenta y nada nos va a sorprender".
Las madres suelen "echarse la culpa" por la muerte de sus hijos o la sociedad de inmediato lo hace, dice Rivera. En su caso, su hija murió en una discoteca y hubo policías que le mencionaron que "si hubiera estado en su casa durmiendo no le pasaba eso". A Martínez, un investigador policial del caso de su hijo le indicó que un entrevistado le había dicho que él "no era un santo".
Rivera le ripostó al policía que con la violencia que vivimos y el trabajo que hace la uniformada, cualquiera es vulnerable en cualquier lugar y Martínez le contestó al interrogador que "mi hijo no está aquí para defenderse de lo que esas personas dicen".
Quienes defenderán sus derechos y mantendrán sus memorias son los familiares, especialmente los asistentes a ALAPÁS, quienes disponen de una Carta de derechos de las víctimas y testigos del crimen.
"Esto ha sido bueno del grupo", menciona Guzmán. "Cuando llamamos al agente a cargo de investigar el caso, a veces no nos escuchan o no nos responden las llamadas, a veces no sabemos los pasos a seguir, dónde hablar, con quién hablar, pero aprendemos aquí que tenemos unos derechos. Que llamemos para saber del caso de nuestros hijos no es un favor, es un derecho, es parte de su trabajo y se supone que estemos al tanto", afirma Guzmán.
El corazón de esos familiares leales late por cada víctima de forma infinita. Así les rinden tributo. Así, de paso, sanan.
Si quieres contactar a ALAPÁS, llama al 1-888-631-5528.
Fotos por Juan Carlos Álvarez Lara