Jueves, 21 Mayo 2015 15:00

Compromiso de amor y de fe

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Llegó a Sabana Seca siendo apenas un joven y allí creció como religioso, como gestor cultural y como apoyo para la comunidad que hoy celebra la intensidad de una vida bien vivida.

 

Por Ana Teresa Toro :: Oenegé

 Piensan en él y sonríen. Hay tristeza, sí. Pero el consuelo llega al pensar en 49 años vividos con intensidad, con amor, con fe en que es posible transformar la vida de las personas y los espacios, y con la certeza de que el camino empieza aprendiendo a soñar. En la historia del Padre Ángel Darío Carrero esas ideas no llegaban sólo de manera abstracta. Y el mejor ejemplo está -literalmente- hecho en concreto.

Se trata de la Casa Esperanza, una edificación que fue tomando forma integrando las ideas de los niños y niñas de Sabana Seca en Toa Baja, quienes comenzaron a soñar con una casa que los acogiera a todos y a todas. Imaginaron las ventanas, el patio, las paredes y la entrada. Participaron de talleres en los que dibujaron sus sueños y con la ayuda de los estudiantes de arquitectura de la Universidad de Puerto Rico y de un sinnúmero de aliados de diversas disciplinas en el País lograron, en poco tiempo, reconstruir, edificar, refundar un espacio que durante años fue usado como hospitalillo y que hoy día es un oasis de fe y futuro en uno de esos barrios de nuestro país en el que no siempre se aprende a soñar con futuros de luz.

El camino hasta ver materializado ese sueño fue largo y se remonta a la temprana juventud de Ángel Darío Carrero, un muchacho de Rincón que quería ser sacerdote franciscano, amaba la lectura pero sobre todo, amaba a la gente. Había algo en la figura de San Francisco que sintonizaba mucho con su personalidad, había algo de teatralidad, un profundo sentido de hermandad, de austeridad y una voz poética que admiró en el famoso Cántico de las criaturas de San Francisco.

Darío llegó a la comunidad, siendo aún un adolescente, para formarse como franciscano y muchos lo recuerdan en aquella época como el joven alto que solía ganar en baloncesto y volibol con sus manos grandes y su estatura. Cantaba en el coro de la Iglesia y poco a poco fue haciendo del barrio y de la hermandad franciscana un hogar. Con el tiempo fue a estudiar a México, a España y Alemania, pero siempre regresaba a Sababa Seca, a su casa, la que reconoció como su primer amor y a donde regresó a pasar sus últimos días.

"Para entender su vida y su obra, las claves están en el franciscanismo", nos dice Fray Eddie Caro, uno de los hermanos de la orden que trabajó de la mano con Ángel Darío en los procesos de transformación social que los frailes promovieron y mantienen en este barrio, el mismo que los acogió como vecinos desde que, en la década del 90, decidieron irse a vivir allí, para estar en medio de quienes verdaderamente les necesitaban. Ir al lugar, al que nadie quería llegar.

La misión seguía la filosofía franciscana y las ideas que florecían en el momento. No se trataba de ir a construir nada desde cero, se trataba de refundar, de volver a la fuente, de hacer crecer cosas nuevas, sin olvidar el lazo invisible con la historia y la fe.

Y así pasó en la comunidad y en el corazón de muchas de las personas que la habitan. Todos dicen lo mismo, coinciden sin planificarlo: si un gran don tenía Darío, era precisamente el poder identificar los dones de los demás e incentivar el que los cultivaran. Era un pescador de virtudes. La historia personal de quien fuera su primer diácono, Ramón Luis Colón, lo confirma.

"Llegó joven, eran un muchacho simpático, de buen humor, no se estaba quieto pero también sabía estar callado y hablar poco pero diciendo las palabras precisas. Tuve el honor de que me invitara a ser su primer diácono, fue mi maestro de teología. Él podía mirarte a los ojos y sacar lo mejor de ti. Recuerdo que cuando estaba feliz, le brillaban mucho los ojos. Sus omilías eran como agua fresca, ni muy fría, ni muy tibia, como el agua que cae bien al estómago, iban directamente al espíritu", rememora Colón, para quien el Padre Darío es "un profeta de este tiempo, pude ver el cambio en la comunidad. Nadie pensaba que algo bueno podía salir de aquí".

También lo vivió. Rememora hace más de diez años cuando Darío, quien conocía de su gusto por la décima, le pidió que proclamara el evangelio y predicara en décima para una misa de gallo. Tenía miedo y dudas, pero logró un aguinaldo cagüeño y hoy día es el decimista de la parroquia. No ha parado de escribir.

Ese mismo arrojo formó parte del proceso de construcción de la casa. De hecho, relata Carmen Rita Vélez Borrás, que el mismo día que supieron que la casa estaría disponible Darío anunció al final de la misa que había que rescatarla para la comunidad. Ese mismo domingo, en cheques y promesas lograron reunir los primeros $17 mil. Hicieron actividades, buscaron más apoyo y en poco tiempo llegó el día de bendecir las primeras casas que alquilaron los frailes en la comunidad para vivir, la primera semilla, y luego se bendijo la nueva estructura que sigue floreciendo como las flores del pequeño jardín que cuidan con cariño y que como las palabras de Darío suena al agua de una fuente que da serenidad al visitante.

"Para que algo crezca tiene que haber ausencia", dice el diácono consciente  de que su legado está vivo y crecerá.

Fray Eddie, lo ve de la misma manera y celebra sobre todo su vida, intensa, completa. "La copa estaba rebosante".

 

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