Jueves, 21 Mayo 2015 16:58

“Dios se encariñó con nosotros”

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La comunidad toabajeña que acoge el Proyecto Niños de Nueva Esperanza reflexiona sobre la convivencia junto a los frailes franciscanos. 
 
Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé



La bravura se muestra de varios modos. Con acciones osadas en condiciones difíciles o con amor en situaciones igualmente temerarias. Ambas demostraciones realizó el sacerdote franciscano Ángel Darío Carrero, quien murió recientemente tras ser víctima del cáncer, durante el tiempo de servicio que dedicó al barrio Los Bravos en el sector Sabana Seca de Toa Baja. 

Unas 500 casas tiene el barrio que vive todos los desafíos que la pobreza y el aislamiento imponen. En el 1994 vieron cómo a una de estas llegó a vivir un grupo de sacerdotes de sotanas marrones. Los frailes franciscanos practicaban el llamado “proceso de inserción”, inspirados por corrientes como la Teología de la Liberación, de modo que cambiaron la vida en un convento por habitar en el barrio en el que trabajaban. No fueron un vecino común. 

 

“Nosotros nunca habíamos visto eso, eran cuatro padres que de repente vivían en nuestra calle y se acercaron a mi y a mis tres hermanos. Algo nos decía ‘vayan allá a ver’”, rememora Jean Carlos Colón Álvarez, quien fue uno de los primeros beneficiados de las tutorías al acabar las clases, de los campamentos de verano, las salidas al cine, las celebraciones de cumpleaños y hasta de los abrazos “bien apretaos” que les daba “Darío” en el momento de la paz, cuando fungían como monaguillos en las misas que este celebraba. Tenía entonces siete años. 


Los niños motivaron la acción de los franciscanos. La Capilla del Carmen comenzó a recibir, no solo feligreses para servicios, sino que se convirtió en espacio para ofrecer tutorías a los estudiantes, impartidas por maestras retiradas de la zona. 

Hoy la labor se realiza en el centro que bautizaron Proyecto Niños de Nueva Esperanza, también ubicado en el barrio. La organización ofrece servicios sicológicos, culturales y deportivos, además de talleres de crecimiento para las madres y padres que aguardan la salida de sus hijos. 

Colón Álvarez ya tiene 24 años y trabaja como asistente de chef, un empleo que “me consiguió Darío” y que jura realizará con empeño, puesto que no puede “hacerlo quedar mal”. Cuando hablamos practica una lectura, la carta del Apóstol San Pablo a los romanos, que leerá en la misa en honor al sacerdote oriundo de Rincón. 

“Esto era una casa bien abandonada”, describe el joven la estructura que hacía las veces de hospitalillo, “Darío quería que fuera más grande para que más gente viniera y se sintieran bien. Es un logro que hicieran algo tan bonito. Ellos fueron como unos padres, para mí que Dios sabía que aquí necesitábamos un proyecto como este. Dios se encariñó con nosotros y nos mandó esos ángeles y le doy las gracias porque me los disfruté en el tiempo en que me los tenía que disfrutar”. 

Colón lamenta que Carrero no esté entre ellos. “Pero yo sé que él está alegre porque se encontró allá en el cielo con mi hermano Luis y le dio un abrazo de esos que él daba que te jamaqueaban tó. Eso lo voy a extrañar”, sostiene Colón recordando a uno de sus hermanos quien trabajaba con los frailes. 

El joven tiene dos hijos, de seis años y siete meses; y confía en que el mayor pronto acuda a la casa transformada “para que goce lo que yo gocé y aprenda”.

La chiringa es el símbolo de la iniciativa. Ella anticipa diversión, al igual que muestra cuán alto pueden volar los sueños de los participantes. Subir, caer y levantarse como ellas es una opción.   

 
RESPETO Y CORAZÓN 

Melissa Colón es silenciosa. Se mueve de un lado a otro haciendo quehaceres domésticos en el centro que exhibe el luto que siente con un moño negro en cintas ubicado en su puerta de entrada. También, colabora en el campamento de verano. Tiene 26 años y desde segundo grado aprovechó, junto a una de sus ocho hermanos, “las tutorías que daban los padres en una casita cerca de la mía”. 

“Fui creciendo con ellos. Me gustaba porque se compartía mucho, uno estaba como en familia, siempre estábamos contentos. Yo aprendí a respetarse uno mismo, a valer, a cogerle cariño a las personas y a respetarlos”, afirmó sonriente. 

La joven recuerda a Carrero por ser “carismático y amable”. “Le gustaba ayudar mucho. Por él voy a seguir ayudando a las personas, porque hay que hacerlo y me siento bien”, subraya. 

Los gallos vecinos cantan mientras Ivonne León explica, sentada en un banco en el patio, sus planes para que la iniciativa continúe operando. Apenas lleva cuatro semanas como directora, tras ser entrevistada para el puesto el pasado febrero por Carrero, pero asegura conocer “perfectamente todo lo que hay que hacer” para que los servicios mantengan su eficiencia. 

León celebra “el sentido de comunidad que viven”, “el respeto y la compasión que les impide juzgar”, la labor incansable de los voluntarios, el agradecimiento por los servicios y ya cayó rendida ante el amor incondicional de los niños. Sin embargo, algo tiene prioridad en su lista. 

“Cuando las personas llegan aquí se transforman, esto es un oasis”, comenta la directora, “yo he estado observando y esto funciona con el corazón. Lo menos que intereso es que eso se altere. Mi trabajo es que ese corazón siga latiendo”. 

Mejor, más ordenado y más fuerte pero siempre siendo un corazón bondadoso y vivo.

Read 2280 times Last modified on Viernes, 29 Mayo 2015 22:08
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