Dos tipos de situaciones se repetían con frecuencia ante sus ojos. Eran de corte personal en las vidas de los alumnos y en ellas predominaba la angustia.
"Eran cientos de experiencias de extremo dolor", rememora episodios de violaciones o abuso por parte de familiares, "y luego vimos situaciones relacionadas a la educación que imponían la necesidad de un cambio".
Méndez recuerda un alumno que fue líder en Nuestra Escuela y hoy lo define como "un trabajador productivo", quien tenía problemas específicos de aprendizaje y por esto en su escuela anterior "lo sentaron en la parte de atrás del salón".
"Lo caracterizaron de bruto y cuando los demás estudiantes fallaban la maestra les decía 'ya te pareces a Fulano'. Era motivo de mofa".
Otra historia vuela a su mente. Es la de un niño que precisaba de educación especial, cuya madre buscaba opciones de aprendizaje en escuelas públicas y privadas de la Isla en las que llegó a escuchar que le hacía daño al exigir que fuera educado "porque su capacidad no daba".
"Ese fue nuestro primer estudiante que completó una maestría en la universidad", dice Méndez satisfecho de haber escarbado tantas veces entre varias capas de dolor hasta hallar el potencial de un estudiante.
"Nuestra Escuela sirve a jóvenes que han salido de las escuelas sin haberla terminado y podemos ver las mil y tantas veces que ni uno solo deja la escuela porque quiere, todos lo hacen porque tuvieron un problemas. Nosotros no nos ocupamos de cuál fue su conducta sino de cuál fue la razón para su conducta, qué pasó o faltó que lo llevó a dejar la escuela o el colegio. O se sentía mal en ella o no era su prioridad porque muchas veces la prioridad es la supervivencia", advierte Méndez a quien dos distintivos marcan su persona: su hablar sosegado y su boina.
Ya es conocido que el súbito deceso de una de sus cuatro hijas, Ana Mercedes, inspiró eventualmente la creación de Nuestra Escuela que sirvió como bálsamo sanador para su fundador. Una lucecita de amor transformó el dolor por la pérdida que nunca se apaga.
"Yo amo a mis cuatro hijas, son mi pasión. Cuando me divorcié de su mamá, que es una excelente mujer, Ana Mercedes pidió vivir conmigo para no estar solo. Se convirtió en mi mejor amiga. Cuando ella estaba en coma en el hospital, mi papá hizo el comentario de que si ella fallecía yo perdería todo: a mi hija y a mi amiga. Ya Ana Yris había llegado a nuestra vida y (su muerte) fue un vacío absoluto, pero los quince años que vivimos juntos fueron una vivencia esencial. Ella fue mi maestra".
Entonces vino el sueño. Ana Mercedes le dijo que hiciera una escuela. Ella lo guiaría y lo acompañaría.
"Si en aquel sueño me hubiera dicho todo lo que iba a pasar después no me hubiera atrevido. Yo decía 'cómo' y ella decía 'déjate llevar'. Entonces cuando estoy en Caguas, en Loíza, cuando Ricky Martin me habla de construir el Centro Tau, cuando estoy en Vieques creando una escuela que produce gente no para ser empleado sino que salen dueños de sus vidas, de una empresa solidaria o cuando estoy en Kenia con los 300 estudiantes huérfanos que tenemos allá para los que Nuestra Escuela es su todo, miro arriba y le digo 'Beba, si me cuentas todo esto me hubiera ido corriendo'. Gracias a Dios que fue poco a poco y que junto a Ana Yris nos fuimos dejando guiar".
Entonces sintió algún alivio porque "todos estos resultados le dan sentido a su muerte".
"Y un símbolo concreto que se puede tocar del sentido de antes y después de la vida es recibir el Premio Tina Hills que vino a confirmar todo esto. Son quince años, este es nuestro rito de paso", culmina Méndez.