La organización que sirve a personas sin hogar en la zona metropolitana, Iniciativa Comunitaria transformó ofrecimientos durante la pandemia como reportamos a continuación. Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé Nosotros nos quedamos en casa y ellos hicieron lo mismo, se quedaron en la calle. Las personas sin hogar han enfrentado la pandemia por COVID-19 con la misma incertidumbre que el resto de los que vivimos en esta isla, pero con menor protección, a juzgar por las interacciones que con ellas tienen organizaciones sin fines de lucro que les sirven, como es el caso de Iniciativa Comunitaria de Investigación (ICI). Datos hasta enero del 2019 provistos por el Departamento de la Familia apuntan a que alrededor de la isla hay 2,535 personas sin techo. Ignorarlas puede traer serias consecuencias en los planes del gobierno, no solo para frenar el contagio con este virus desconocido, sino también en las siguientes fases de reactivación de la economía. “Olvidarlas puede provocar contagios comunitarios y no te enteras hasta que se salga de control porque es una población que, lamentablemente, no está en tu lista de prioridad”, dice Yorelys Rivera, directora ejecutiva de ICI sobre la estrategia gubernamental, “cuando el mensaje era ‘lávate las manos y quédate en casa’, para nuestros participantes era muy difícil seguirlo porque ni tienen techo seguro ni tienen agua”. Por eso, repensar el entorno de las poblaciones que sirven a la luz de la crisis de salud pública encabezó su agenda. Desconocían información sobre el coronavirus y comenzaron a educar sobre su propagación usando una hoja suelta con imágenes y texto preciso. Alianzas con Direct Relief y con Fondos Unidos les permitió aumentar la cantidad de mascarillas N-95 y crearon kits para entregar a sus participantes con literatura, guantes, antibacterial y mascarillas. Pronto se percataron de que no era suficiente, por lo que junto al arquitecto Elio Martínez Joffre y sus estudiantes del Taller de Arquitectura Social, de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Puerto Rico, ingeniaron un modelo de lavamanos comunitario que ubicaron en ocho comunidades que visitan, los cuales surten con agua, jabón y papel secante. La barrera del agua se supera en esas zonas donde ubican hospitalillos que atiende el Programa de Reducción de daños para inyectores de drogas de ICI. “Iniciativa nunca cerró, todos los programas se transformaron”, afirma Rivera sobre las nueve iniciativas de la organización. Solo una, Pitirre, que atiende con medicación a personas con dependencia a sustancias controladas, debió mudar su sede a un antiguo edificio en Hato Rey, puesto que su base estaba en el Hospital Regional de Bayamón que en principio se informó sería el centro hospitalario de los pacientes con COVID-19 en la isla. REGALA SEGURIDAD De los 63 empleados que tiene la organización, un grupo se ha mantenido laborando a distancia -como administrativos y líneas de Telemedicina- y otro trabaja en la calle. La entrega de recetas, si no se hace directo a la farmacia, se realiza en la modalidad servi-carro. Primero se les envió a los empleados un memo informativo sobre el virus, luego un protocolo y quienes laboran de forma presencial tienen acceso a una mesa de seguridad con todo lo necesario para protegerse. A mediodía hacen cambio de mascarilla. “Todos teníamos mucho temor, pero aprendimos a conocer el riesgo. Para mi era importante que la gente supiera que no habría limitación de equipo protector para que pudieran trabajar. Y luego añadimos las pruebas rápidas de coronavirus que les hicimos, eso ayudó a atender la tensión de ellos. También, hacemos reuniones a distancia semanales para saber como están. Hemos podido mantener un escenario laboral seguro”, afirmó Rivera. Las pruebas no las han limitado a sus empleados. En alianza con el Departamento de Salud, con el Colegio de Tecnólogos Médicos y con la organización Amanece para los Hermanos sin techo, coordinaron que se realizaran pruebas rápidas -y moleculares si hubieran sido necesarias- a 63 personas sin hogar bajo el elevado de Trujillo Alto, zona con alta concentración de personas sin hogar. Todas resultaron negativas. En agenda está repetir la iniciativa. De igual manera, han mantenido programas como Punto Fijo, el cual incentiva la protección contra el contagio de VIH al intercambiar jeringuillas nuevas por usadas en una ruta ya establecida y en la Sala de reducción de daños. Atienden 70 personas. HAMBRE DE ATENCIÓN Si la educación salubrista ha sido un reto, la escasez de comida ha llevado a ICI a ampliar servicios. El Programa Operación Compasión de ICI se unió a la organización Fondita de Jesús para brindar 200 platos de comida, siete días a la semana, en 12 comunidades que usualmente visitan en la zona metropolitana. También, han entregado cajas de alimentos donadas por Caribbean Products o cenas cocinadas por los chefs Vivoni, Rómulo, José y Luis Rodríguez en comunidades del Caño Martín Peña como Barrio Obrero, Buena Vista y Los Peña. El sistema se replica en el tercer sector: empresas confían en la labor de las organizaciones que a su vez conocen a los lideres comunitarios quienes ya han identificado las necesidades apremiantes y así se satisfacen con agilidad. No siempre se acercan personas sin hogar en busca de alimentos. “Siempre estamos mirando el reto. El rostro de la persona que busca nuestra comida ha ido cambiando y no necesariamente carece de un techo. Muchos perdieron ingresos en esta cuarentena, ha sido cuesta arriba conseguir ayudas del gobierno y en la alacena tienen los potes de comida contados. Hay desde migrantes hasta boricuas de todas edades que ya esperan cuando pase nuestra guagua”, dice Rivera. Pero los sin techo, los usuarios de drogas ilegales, los que poseen condiciones mentales, los que se han desconectado del ritmo usual de la sociedad agradecen la ayuda. La directora los ha escuchado en las rutas de entrega en las que ha participado. “Reciben todo con una gratitud enorme y te dicen ‘no somos prioridad para nadie, si esto llega a la calle nos vamos a morir porque nadie nos va a extrañar’”. Fotos / Suministradas
Los miedos, la desinformación, las artimañas, el hambre: todos han sido vistos por empleados de la organización sin fines de lucro, Iniciativa Comunitaria, en este aislamiento social. Estos son sus relatos. Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé Un personaje nuevo se unió a la historia diaria de las personas sin hogar en la isla: el coronavirus. El gobierno instaba a aislarnos, a lavarnos las manos, a usar mascarillas y guantes, a hacer todo lo posible para mantener una distancia física prudente para alejar este virus de muy fácil contagio y del cual poco se sabe. ¿Y qué hacían ellos? Empleados de la organización Iniciativa Comunitaria de Investigación (ICI) continuaron con sus rutas hacia zonas claves en su labor de prevención de contagio de HIV, manejo de adicciones a drogas controladas y con alta concentración de personas sin hogar por razones diversas. La diferencia era que ahora solo podías verles los ojos, ya que acudían ataviados con mascarillas, batas y guantes protectores. Atendían los reclamos de siempre y los nuevos. Sin televisor, radio o celulares donde recibir información, aumentaba la vulnerabilidad en la pandemia de una población frágil por definición. Alex Serrano, coordinador de comunicación de ICI, explica el panorama que enfrentan las personas sin techo que además son usuarias de drogas. “Hay menos personas en la calle, así que hay menos formas de adquirir dinero porque no tienes a quién pedirle. Eso traerá menos posibilidad de comer -tampoco hay muchos lugares abiertos- y aumentará el deterioro físico y de higiene. El patrón de consumo de sustancias también se afecta porque tienen menos dinero para comprar, así que se enferman más o se ven obligados a consumir otras de menor calidad que también los enferma; lo ves en problemas de salud y en las ulceraciones, es como una cadena que afecta otras áreas”, dice Serrano, quien ha participado en algunas rutas de la organización. Serrano asegura que poco a poco los participantes van entendiendo el dilema que enfrentan Puerto Rico y el mundo, y les preocupa. “Te dicen ‘la realidad es que a nosotros siempre nos han visto como un cero a la izquierda pero ahora nos sentimos peor todavía”, relata Serrano. Víctor Reyes, educador en salud de ICI, recuerda la primera ruta tras la Orden Ejecutiva inicial de la gobernadora Wanda Vázquez para comenzar la cuarentena el domingo, 15 de marzo. “Míster, ¿tiene comida?”, le pedían los deambulantes el lunes 16 en la noche, “si no nos trae algo no llegamos al miércoles. A nosotros no nos va a matar el COVID, vamos a morir de hambre”. “Ahí cambiamos la estrategia totalmente y añadimos los alimentos”, recuerda Reyes, quien señala que en ese inicio los participantes desconocían qué era el COVID-19 y lamentó que no se usara una “tumbacocos” -efectivas en eventos político-partidistas- para explicarles. “Al principio te preguntaban ‘si no tenemos una casa donde mantenernos, ¿vamos a morir?’”, recuerda Reyes, “había mucho miedo porque sentían que no tenían las herramientas y no entendían lo que estaba sucediendo. Otros lo cogieron al revés y te decían ‘a nosotros no nos va a pasar ná, porque somos a prueba de balas’”. CRECE LA LISTA La lista de nuevas necesidades seguía creciendo: comida, educación sobre el coronavirus y artículos para evitar su contagio. Las mascarillas los hacían sentir protegidos y adecuados para acercarse a otros. “Cuando se empezaron a flexibilizar un poco las medidas, había un poquito más de gente en la calle, pero ellos no se podían acercar a pedirles porque no tenían mascarillas y guantes. Entonces prepararon unos pedazos de palo de tres pies y lo usaban para acercar el vaso al cristal de un carro o a una persona para pedirle dinero, manteniendo distancia para no intimidarlos”, explica Reyes. Para el educador en salud fue doloroso ver personas rompiendo en frío en la calle, con todo el dolor que provoca el proceso de dejar la droga. Otros estaban intoxicados con alcohol, aún fuera de las poblaciones que atienden, porque no sabían manejar el encierro o debido a las preocupaciones por la falta de dinero. “Vimos extranjeros que vinieron a trabajar a la isla y durante la cuarentena no tenían nada, ni documentos ni dinero. Deambulaban en condiciones malas, aunque no eran usuarios de drogas y tenían techo, porque no tenían qué comer”, dice sobre dominicanos, venezolanos, estadounidenses y hatianos con los que conversaron. La prostitución no se detuvo. “Míster, ¿tiene profi?”, le dicen a Reyes al solicitar anticonceptivos para una práctica que se mantiene y que es más lucrativa si ocurre en áreas limpias. “El trabajo sexual ha subido bastante y tengo poblaciones de usuarias y deambulantes que ya no piden jeringuillas sino que les llevemos ‘todos los condones que encuentre’. Hay una población que no puede socializar en el encierro y salen con mascarillas a buscar el trabajo sexual. Lo hemos visto”, asegura el educador en salud. Las respuestas de los participantes a las ayudas demuestran un claro agradecimiento. “Pero también hay muestras de esperanza porque las preguntas cambiaron de ‘¿nos vamos a morir?’ a ‘¿a qué hora pasan?’ para recibir alimentos o pasarse la información que les llevamos. La dinámica ha cambiado y ahora los vemos compartir”, dice. Lo que no es usual. Reyes explica que “en tiempos normales, cada cual campea por su respeto”, pero ahora “se han visto tan desprovistos, que saben que tienen que ayudarse”. “Hemos visto redes de apoyo, deambulantes que se han vuelto líderes de grupo; ellos paran la guagua y te dicen ‘aquí necesitamos la ayuda’ y después lo anuncian ‘muchachos salgan, organícense que la guagua se va’. Saben que hoy no hay nada seguro”. Y que todo cambia. Antes no querían ropa limpia porque al usarla la gente les gritaba ‘¡vete a trabajar!’ cuando les pedían dinero. “Ahora se dieron cuenta de que tienen que verse acicalados para que la gente les permita acercarse. Mientras más limpios, menos miedo a que los contagien les tiene la gente”, acaba Reyes.
Ya están juntas. Alrededor de 150 entidades no gubernamentales con pericia en trabajo social, educativo, médico y cultural que atienden poblaciones de distintas edades alrededor de la isla, se unieron para formar el Task Force Social del Pueblo que aporta respuestas precisas durante la pandemia. Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé Desde la segunda semana en cuarentena por el coronavirus, organizaciones del tercer sector pidieron al gobierno ser incluidas en las respuestas para atender la pandemia en la isla. Cuando la invitación no se concretó, el grupo se reunió bajo el Task Force Social del Pueblo con la misión de visibilizar cómo se agudizan los problemas de sectores desventajados durante el aislamiento, demostrar cómo los han atendido y proponer soluciones que trasciendan y puedan ser acogidas por el gobierno para abarcar el país. Marcos Santana Andújar, presidente de la Red de de Derechos de la Niñez, integra el debutante Task Force Social del Pueblo que define como “un junte histórico que agrupa 146 entidades no gubernamentales, gremios profesionales, fundaciones filantrópicas y expertos en temas de salud y otros”. El resultado inevitable del junte es, en su opinión, que “pone en una misma mesa todo ese capital social que ha venido por mucho tiempo trabajando desde diferentes espacios para aportar y complementar la respuesta del estado, que desde el principio se ha focalizado en el tema de salud física y económico”. “Como sector de dimensión social, le hemos dicho al gobierno ‘ey, estamos aquí’. Estamos organizados por temas y todo este capital humano e intelectual que carga el tercer sector lo ponemos al servicio del país”, rememora los inicios del junte el pasado mes de marzo cuando entendieron que “el país nos necesita y debemos empujar una agenda social en un frente común”. La primera carta que enviaron a la gobernadora Wanda Vázquez Garced fue el pasado 21 de marzo para solicitar la creación del task force social. Luego de una reunión inicial en la Fortaleza con ayudantes de la mandataria, y ante la inacción de conformar el grupo desde el estado, decidieron formalizar y comenzar a actuar de forma autónoma. “El gobierno quizás ve el acercamiento del trabajo puntual que hay que hacer en el país como un proceso grande y difícil, y si lo miran desde esa óptica sí lo es, pero si se acercan al tercer sector se van a dar cuenta de que estamos articulados y listos para implementar las respuestas necesarias”. Hicieron una primera reunión en pleno el 30 de marzo y dividieron comités que han seguido trabajando en 15 áreas temáticas como educación, personas sin hogar o seguridad alimentaria. Algunas recomendaciones del Task Force Social del Pueblo ya han sido acogidas por el gobierno: impulsaron la reapertura de los comedores escolares y alertaron sobre la necesidad de solicitar al Congreso que la isla sea incluida en el Pandemic EBT Program, dado que las estadísticas reflejan que Puerto Rico es uno de los territorios con mayor pobreza infantil. “Se lo propusimos a la gobernadora y ya envió la carta”, dijo Santana. También, lograron que se eximiera de la Orden Ejecutiva a las organizaciones sin fines de lucro “para que las que dan servicios esenciales pudieran trabajar sin limitaciones del toque de queda”. “Las acciones que hemos logrado con La Fortaleza nos dicen que vamos avanzando aunque no estamos satisfechos”, asegura Santana. “Todas las decisiones se han tomado en consenso en el pleno y eso es un valor increíble. En la mesa hay opiniones bien diversas, pero la agenda común es el país”, destaca Santana. PERSONAS QUE HACEN El Comité Timón del Task Force Social del Pueblo cuenta con Mabel López, presidenta del Colegio de Trabajo Social; Ana Yris Guzmán, cofundadora de Nuestra Escuela y Marcos Santana Andújar, entre otros. Guzmán y Santana también están a la cabeza del Movimiento Una Sola Voz, que agrupa organizaciones sin fines de lucro de la isla y que, a juicio de Santana,“ha servido de ente aglutinador y movilizador del sector”. “El tercer sector son personas, líderes y lideresas, personal y miles de voluntarios que ponen lo mejor de sí para que tengamos un país que pueda superar cada una de las crisis que nos ha tocado vivir. Son momentos duros, no hemos terminado una cosa cuando ya estamos bregando la otra, y el sector sin fines de lucro siempre ha estado presente. El gobierno quizás ve el acercamiento del trabajo puntual que hay que hacer en el país como un proceso grande y difícil, y si lo miran desde esa óptica sí lo es, pero si se acercan al tercer sector se van a dar cuenta de que estamos articulados y listos para implementar las respuestas necesarias”, alerta Guzmán. Santana coincide al resaltar que “nosotros estamos asumiendo la responsabilidad que nos han impuesto los tiempos, como hemos hecho siempre y lo seguiremos haciendo”. “Seguiremos presentando propuestas en La Fortaleza, pero ya hemos tenido también reuniones con alcaldes para que se implanten nuestras recomendaciones a nivel municipal”, dice sobre encuentros en Bayamón, Juncos y San Juan. “Y el próximo paso que se dé en materia de abogacía tendrá incidencia a nivel federal”, anticipó Santana. “Insisten en llamarnos el tercer sector pero, nuevamente, somos el primer sector en atender a la gente”. “El Task Force Social del Pueblo tiene lo que tiene el país, un tercer sector de primera que nos vemos como un cuerpo asesor del gobierno para incidir y tomar decisiones, y para vigilar que los fondos que lleguen se atiendan adecuadamente. Cada organización sometió sus propuestas de proyectos de servicios para usar los fondos de recuperación apropiadamente. Las compilamos juntas en un solo documento, sin miedo que nadie copie nada, y el Task Force Social del Pueblo nutrió esos proyectos. Ya el gobierno sabe que nosotros podemos responder inmediatamente con esos fondos que estamos pidiendo”. Sobre ese documento, Guzmán de Nuestra Escuela afirma que “contiene observaciones y propuestas en diferentes sectores, porque decidimos trabajar con áreas de necesidad más que con poblaciones específicas”. En otras palabras, le subrayaron al gobierno las prioridades que, aunque muchas, fueron encabezadas por la falta de alimentos. Si viste en redes la campaña en forma de enmarcado para fotos con la frase, “acceso a los alimentos para la niñez y la juventud hoy”, pues viste unas de las iniciativas gestadas desde el Task Force Social del Pueblo para atraer atención hacia el problema. “Hicimos una campaña, un vídeo, levantamos la voz con comunicados, empezó a crecer la presión del sector sin fines de lucro, y entre otros sectores, y se abrieron los comedores, uno por municipio y dos en los más grandes. No necesariamente atiende la necesidad actual, pero a mí me parece que es un punto de partida”, opina Guzmán. De otra parte, Santana destaca la “capacidad impresionante” del tercer sector para capitalizar con velocidad en las necesidades que llegan de sopresa. “Insisten en llamarnos el tercer sector pero, nuevamente, somos el primer sector en atender a la gente. Por ejemplo, en la primera semana de la cuarentena, las organizaciones que son escuelas se movieron a la educación virtual, las de apoyo social ya teníamos activas líneas de apoyo y muchas otras establecimos comedores para alimentar la gente”, enumera Santana. A estas alturas de nuestra historia moderna, es imperativo entender que el trabajo en conjunto es vital para enfrentar situaciones desconocidas. “No hay otra manera para darle frente a los problemas. La pandemia ha sido un bofetón”, acaba Santana. Fotos / Javier del Valle
Estudiantes de la Universidad Albizu realizaron prácticas de consultoría en diversos procesos para cuatro organizaciones sin fines de lucro. Conoce la experiencia con la Alianza para un Puerto Rico sin Drogas. Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé El sueño de cualquier estudiante inexperto estuvo en bandeja de plata: realizar un proyecto de consultoría a una organización. Y se dio. Y a continuación te contamos cómo se conectaron los puntos para que el hilo de la teoría y de la práctica se ataran de forma sólida. La consultora en voluntariado y en desarrollo organizacional Astrid Morales le propuso a sus alumnos de maestría y doctorado del curso Principios y fundamentos del proceso de consultoría en la Universidad Carlos Albizu, realizar un proceso de consultoría con algunas organizaciones donatarias de la Fundación Ángel Ramos que participaron de un proyecto especial de fortalecimiento organizacional. “Lo curioso es que las necesidades que atendieron los estudiantes fueron parte de esos procesos de identificación de necesidades o áreas de fortalecimiento que se hicieron hace dos años atrás con un donativo especial y no se habían atendido por falta de peritaje técnico”, expone Morales sobre Bill’s Kitchen, Alianza para un Puerto Rico sin Drogas, Museo de Las Américas y Hogar Ruth. A lo largo de 16 semanas, los jóvenes atendieron el pedido de la organización, desarrollaron un documento de medición, desarrollaron un contrato -aunque no recibieron paga- y realizaron la presentación a sus clientes. Esa fase en algunos casos quedó interrumpida por la cuarentena provocada por el COVID-19, aunque el trabajo está listo para ejecución y se pulió mediante videoconferencias. Cabe señalar que ese tipo de consultoría puede costar entre $5 y $7 mil en el entorno profesional. La experiencia quedará consignada en el resumé de los estudiantes. EL CASO DE LA ALIANZA La Alianza para un Puerto Rico sin Drogas recibió los servicios de un grupo de estudiantes compuesto por Rafael Otero, Stephanie Páez, Jennifer García Carrucini, Thaysha Fuentes y Julio Ramos. Trabajaron un estudio de percepción para donantes, maestros y estudiantes participantes de sus proyectos. Gracias al instrumento sicométrico que realizaron, ahora la organización puede conocer opiniones y distintos intereses de los participantes a los que sirven. “Fue una súperbuena experiencia, aprendí un montón y el feedback fue muy bueno, así que me siento bien contento con el trabajo realizado”, comparte Otero, alumno de doctorado en psicología industrial. El joven de 24 años asegura que desde el inicio disfrutaron de una buena química de trabajo en la organización. “Siempre estaba esa apertura y ese interés de hacer las cosas bien. Como cada organización tiene un contexto diferente, aprendí cómo manejar esas relaciones con los donates en los trabajos que hicimos. Eso es bien importante y es lo que valida el trabajo de la Alianza, así que me llevé eso”, añade. ¿Y cómo lo percibió la organización? Melissa Frontera, trabajadora social y coordinadora programática de Alianza para un Puerto Rico sin Drogas explicó que en su plan estratégico para el 2019-2022 se requería medir la opinión de los donantes y participantes sobre sus servicios. La misión de prevenir el uso de drogas es la meta principal, pero además han integrado inciativas para fomentar los factores de protección y para trabajar con habilidades para la vida, según dispone la Organización Mundial para la Salud. “La idea es cómo caminamos juntos y nos acompañamos en un diseño que responda al contexto de la organización -que solo lo plantea ella- y cómo esas necesidades se ajustan con modelos, teorías y metodologías académicas que están validadas”. “Estábamos en esa línea de tomar la temperatura de cuán satisfechos estaban de respaldar una organización como la nuestra. Queríamos medir satisfacción y percepción y la experiencia con los estudiantes fue bien satisfactoria, yo sentía que estaba trabajando con colegas no con alumnos. Desde el principio quedaron bien impactados al conocer el trabajo que hacemos en escuelas y comunidades, les motivó mucho que la experiencia fuera bien enriquecedora tanto para ellos como para nosotros y estuvieron bien involucrados. La comunicación fue bien abierta desde el principio”, rememora Frontera. Cuando culminaron el documento, lo discutieron y “lo desmenuzamos con ellos”. “Fueron bien receptivos a las dudas y las interrogantes que teníamos. En la Alianza quedamos bien complacidos y contentos con el resultado”, dijo la trabajadora social quien celebró que los alumnos mostraron interés en realizar labor voluntaria en la organización y a darle continuidad al trabajo desde otro curso. En su trabajo en el salón de clases, los estudiantes siguieron el modelo de consultoría que les permitió deconstruir esa noción de que el consultor “es el expertólogo”, según indica la profesora Morales. “La organización es experta en sus procesos y nosotros en procesos de psicología aplicados a una organización o al comportamiento humano. La idea es cómo caminamos juntos y nos acompañamos en un diseño que responda al contexto de la organización -que solo lo plantea ella- y cómo esas necesidades se ajustan con modelos, teorías y metodologías académicas que están validadas. Ahí esta la magia en el proceso y se cierra la brecha entre la academia y la práctica”, culmina Morales. Fotos / Javier del Valle
Las escuelas adscritas a la Alianza para la Educación Alternativa en Puerto Rico se han propuesto culminar este semestre académico contra viento y marea. Por Tatiana Pérez Rivera :: Oenegé Cora H. Arce, directora ejecutiva ASPIRA. Archivo / Javier del Valle Detenerse no está en sus planes. La pandemia no ha frenado la labor de las escuelas bajo la Alianza para la Educación Alternativa en Puerto Rico que culminarán sus semestres y trimestres, según pautado en calendario. ¿Cómo lo hacen? Poniendo el bienestar de sus estudiantes como máxima prioridad. Esta vez la amenaza a la educación llegó en forma de virus. Una cuarentena iniciada la segunda semana de marzo, y que ya sobrepasó los 50 días, ha sido impuesta por el gobierno como medida preventiva para frenar el contagio de COVID-19. Al igual que el resto de los estudiantes de la isla -y en el mundo- los alumnos de ASPIRA de Puerto Rico, Proyecto Nacer, Centros Sor Isolina Ferré, Nuestra Escuela y Programa de Educación Comunal de Entrega y Servicio (PECES), han debido permanecer en sus casas. La educación se limita a la interacción digital, lo que supone un problema para muchas familias que no poseen ni la tecnología ni la capacidad de internet para conectarse. El Departamento de Educación, cuyos alumnos comparten realidades económicas y sociales con las poblaciones que atienden las organizaciones sin fines de lucro que integran la Alianza, decidió dar por culminado el semestre y pasó de grado al estudiantado. La Alianza optó por continuar. Los estudiantes de las escuelas bajo la Alianza acumulan complejas experiencias en la escuela tradicional. Sin embargo, la educación personalizada y reforzada por mentoría de la corriente alternativa ha sido ideal para abandonar su estatus ‘desertores escolares’. Muchos estudiantes solo cuentan con sus celulares para conectarse a las plataformas educativas. / Suministrada / CSIF Clavel Méndez, directora ejecutiva de la Alianza, opina que la fórmula para sacar adelante el semestre en circunstancias adversas y con población vulnerable se basa en “el compromiso del equipo de trabajo”. “El 80% de nuestros estudiantes no tiene acceso a una computadora, ni que decir a una tableta o una laptop. Muchos de sus padres lo que tienen es el telefonito de Obama, o sea, que los sacrificios que tienen que hacer para tener la información es bien grande y nosotros no los abandonamos. Nuestro sistema educativo es bien personalizado. Aquí la receta es paciencia, compromiso y amor”, señala la líder de la Alianza. El reto de la tecnología ha sido intenso y las formas de subsanarlo han sido varias: desde dictar trabajos por teléfono hasta enviarlos a casa de un vecino, retratar hojas y pasarlas por Messenger, WhatsApp y mensajes de texto o suministrar tarjetas de capacidad ilimitada a profesores y estudiantes para que puedan estar disponibles mayor tiempo en sus celulares, entre otras. Se han estrenado en plataformas como Zoom o Google Classroom para crear aulas virtuales, han hecho inventario de computadoras en las escuelas y las han entregado a las familias. Incluso, han ubicado hotspots de internet en casas de familias que no pueden sufragarlo. “Estamos llamando a empresas privadas para que los que vayan a decomisar computadoras, nos las donen porque no tenemos presupuesto para comprar laptops y sabemos que en agosto las escuelas no van a poder abrir. Queremos levantar un inventario de computadoras que le podamos prestar a los estudiantes y comprarles tarjetas para que puedan tener acceso a internet”, detalló Méndez. Participante de Proyecto Nacer durante una sesión de mentoría. Suministrada / Proyecto Nacer Anayra Túa López, directora de Proyecto Nacer, cuenta que desde que comenzaron los terremotos durante el mes de enero iniciaron un proceso de introspección para asegurar la continuidad de sus servicios. “Cuando llega la pandemia nos coge bastante adelantados”, dice y agrega que ya habían implantado el protocolo Procedimientos para garantizar la continuidad de servicios flexibles e ininterrumpidos. “Nuestro ejercicio siempre es cómo eliminamos o minimizamos barreras para el acceso de estos jóvenes que tienen muchas necesidades”. “Todas las clases son remoto, se ajustaron los periodos lectivos y hay mucho refuerzo del componente psicológico y emocional porque esta situación exacerba issues emocionales preexistentes. Así que, estamos dando seguimiento mediante tele-psicología a cada una de las familias, por la mañana cogen clases y por la tarde reciben apoyo. Además, nuestro pediatra se conecta con todas las familias una vez a la semana y se evalúan los bebés”, explica la líder de la organización que atiende a padres adolescentes. No interrumpieron las clases. “Nunca, ni un día perdieron”, dijo Túa sobre el trimestre que acaba el 15 de mayo. “Cuando hay voluntad aparecen las maneras de hacerlo”. “Al principio, hubo confusión con los estudiantes porque decían ‘si el secretario dijo que pasamos de grado, por qué debemos mantener las clases’ y ahí tuvimos que volver a plantear que la autonomía que tienen las escuelas alternativas”. En Nuestra Escuela consultaron con sus alumnos si interesaban continuar por la vía virtual cundo la gobernadora firmó la primera Orden Ejecutiva que mandaba cuarentena por dos semanas. Maestros y estudiantes aceptaron. Renovaron estrategias cuando vieron que la pausa se prolongaría. “La asistencia a las clases virtuales está entre 63 y 67% de forma sostenida durante toda la cuarentena”, asegura Ana Yris Guzmán, cofundadora de Nuestra Escuela. “Nuestros maestros han hecho un trabajo extraordinario”, añade Guzmán, “primero aprendiendo a trabajar en una plataforma que era desconocida para nosotros y luego, cuando el Departamento de Educación determinó detener el semestre de la forma abrupta que lo hizo, ellos tomaron la decisión de completarlo. Al principio, hubo confusión con los estudiantes porque decían ‘si el secretario (de Educación, Eligio Hernández) dijo que pasamos de grado, por qué debemos mantener las clases’ y ahí tuvimos que volver a plantear que la autonomía que tienen las escuelas alternativas nos permite tomar nuestras decisiones”. LA TRIPLETA Como país ya hemos experimentado la tripleta -huracán, terremoto y pandemia- y lejos de desanimarse, los estudiantes regresan a las escuelas alternativas. La directora de la Alianza resalta que el por ciento de retención de estas es de 96%, “cuando lo tenemos bajito”. “Y esos jóvenes que perdemos es porque se mudan a pueblos de la isla donde no tenemos servicios o se van fuera de Puerto Rico. Si un estudiante no llega hoy lo llamamos y si no aparece, vamos a la casa a buscarlo. No enganchamos los guantes nunca”, menciona Méndez, directora de la Alianza. La situación no es distinta en ASPIRA. Al igual que en otras escuelas alternativas de la Alianza, han implantado como método de evaluación el aprendizaje basado en problemas, por producto o a menor escala. En esos trabajos se aplican varias destrezas. “Las clases han sido remotas y modificadas dependiendo de los recursos de cada alumno. No pudimos decir ‘la clase de tal cosa la vamos a dar de tal forma para todo el mundo’, fue imposible”, dice Cora H. Arce Rivera, directora ejecutiva de la organización. “Aprendimos que no podemos cerrar las escuelas porque nuestros jóvenes nos necesitan. Aunque ellos peleen por tener que hacer una tarea, al menos se sienten atendidos: la trabajadora social está ahí, la consejera está ahí y los sigue empujando para que echen para adelante”, sostuvo Arce. TECNOLOGÍA PARA RATO Varios directores coincidieron en que, si bien lo jóvenes dominan el uso de las redes sociales, muestran lagunas en el uso de la tecnología. A juicio de María de Lourdes López, directora de Educación de los Centros Sor Isolina Ferré (CSIF), “no hay vuelta atrás” en el uso de la tecnología en el proceso educativo que se comenzó en esta cuarentena. “Tenemos que bregar con la brecha digital. Hay un por ciento de nuestros participantes que no tienen acceso a la conexión de internet y hay que seguir trabajando con darle spots para conectarse. Lo que nos sorprendió es que solo el 25% de los muchachos tienen computadora, la mayor parte de sus accesos es a través de teléfono”, declaró López. Los resultados de una encuesta realizada en marzo del año pasado en los Centros reflejaron que los alumnos estaban inclinados a usar más tecnologías en sus clases. La organización lo integró en su plan estratégico como complemento al trabajo en el salón de clases y la pandemia los obligó a implantarlo ahora La cuarentena los llevó a lidiar de lleno con plataformas como Zoom y a combinar clases con sesiones de mentoría. “En nuestras poblaciones, el contacto uno a uno hace la diferencia y con estas plataformas nos asegurábamos de tenerlo”, afirmó López. Los por qué de la labor realizada los sabemos. A José Javier Oquendo, del Programa de Educación Comunal de Entrega y Servicio (PECES), le preguntamos para qué se trabaja con tanta intensidad. “La lección de la pandemia no es solo un cambio de modalidad, sino que pretende cambiar cómo nos expresamos y eso nos trastoca mucho”. “Esta pandemia nos forzó a establecer unas medidas iniciales, no de prestación de servicios, sino de atender las necesidades prioritarias de cada joven. Primero había que establecer mecanismos de comunicación con ellos para darles las herramientas para sobreponerse a cada adversidad. Después vinieron las metodologías educativas”, sostiene Oquendo. Para el director, lo más difícil ha sido la falta de contacto. “La característica principal de la organización es el concepto de cercanía y el cambio es dramático. La lección de la pandemia no es solo un cambio de modalidad, sino que pretende cambiar cómo nos expresamos y eso nos trastoca mucho; esperamos que PECES no se trastoque mucho”, confía. Cuando pasen los años y los estudiantes de la Alianza miren atrás, recordarán que en tiempos de pandemia sus maestros no los dejaron solos. “Esa es nuestra esperanza, que sientan que estuvimos ahí y buscamos todas las opciones para ayudarles”, culmina Oquendo. Alianza para la Educación Alternativa • ASPIRA de Puerto Rico Centro: Carolina, Moca, Aguada, Mayagüez Participantes 236 Ciclo educativo: semestral En la pandemia: mantuvieron la educación y la consejería usando redes sociales y plataformas virtuales • Proyecto Nacer Centro: Bayamón Participantes 73 Ciclo educativo: trimestral En la pandemia: mantuvieron la educación y la consejería usando redes sociales y plataformas virtuales, distribuyeron sus computadoras entre algunas familias, tarjetas prepagadas y alimentos • Centros Sor Isolina Ferré Centros: Caimito, Ponce y Guayama Participantes: 230 Ciclo educativo: bloques de 9 semanas En la pandemia: mantuvieron la educación y la consejería usando redes sociales y plataformas virtuales • Nuestra Escuela Centros: Caguas, Loíza y Toa Baja Participantes: 300 Ciclo educativo: semestral En la pandemia: mantuvieron la educación y la consejería usando redes sociales y plataformas virtuales, distribuyeron las computadoras del centro, hot spots de internet y vales de compras • Programa de Educación Comunal de Entrega y Servicio (PECES) Centros: Humacao Participantes: 286 Ciclo educativo: semestre En la pandemia: mantuvieron la educación y la consejería usando redes sociales y plataformas virtuales y distribuyeron alimentos